domingo, 2 de octubre de 2011

Delecta

Delecta




“No es la vida mas que un puente, entre el amor y la muerte”

                                                                                      Bruselas, 1 Oct 2011

Estambul. 9pm. Martes de Septiembre. El humo del lugar perturbaba la vista y confundiale la mente. Sentado, vio la escena moverse a una velocidad diferente de la de la escena misma. Todo pasó más lento o más rápido que lo normal por la obturación de su retina imperfeccionista. Su retina deslumbrada por el blanco profundo fue la que pudo engañarlo sin engañarlo, sabiendo del engaño, creando una falacia de la mente similar al olvido, un puente entre lo que se es y lo que se desea ser. Se puso de pie y sintió el susurro en la parte de atrás de su cabeza. A la distancia y pegado a su oreja derecha el susurro retumbó bajito. Supo que todo había cambiado porque él había cambiado. Cambia uno mismo; cambia el punto de vista, es uno el punto, es la retina la vista. Una vez más Heraclito de Efeso persiguiéndolo por las calles de Constantinopla, ahora adentro de este inmundo bar. Caminó 77 pasos en línea recta, y se sentó al lado de un desconocido. El susurro no había sido fuerte, ni leve, no había sido un grito ni un suspiro; tan solo un susurro propagandose desde la mente al resto del cuerpo en lenguas que, inteligibles, no intentaba comprender. Acalambrándole los pies, llenandole de transpiración las palmas de las manos, recorriendo lentamente la humanidad, debilitándola y haciéndola sentir mas fuerte; penetrando sus venas, calentado sus muslos, llenado su sexualidad y revolviendo el estomago antes de invadir con furia la médula exacta del corazón para estremecerlo, dominarlo y subyugarlo. SUBYUGARLO con diez mayúsculas y, sabia él, mantenerlo flotando hasta que decidiera soltarlo, dejarlo caer libre por los pasillos de un vacio espiralado que terminaría en el mismo lugar donde antes de cruzar la habitación. Mi nombre es Martin, ¿puedo hablarte?, dijo luego de tomar asiento. La mujer de vestido blanco lo miró sorprendida.

<<Quizás un poco más de lo que ya lo has hecho>>, le contestó como quien comprende el juego sin que le expliquen las reglas. El silencio posterior fue todas las palabras que necesitaron decirse. Cuatro miradas por lado, con los ojos a diferentes intensidades confundieron a sus retinas, esta vez en serio. Los labios no se movían, las caras petrificadas. Las manos de cada uno se habían quedado inmóviles en la acción anterior; las de él la una sobre la otra y sobre su pierna derecha; las de ella sobre el vaso y la bombilla del trago. Tan solo los ojos lograban retener el movimiento y librarlos de la muerte aparente. <<Eres extranjero>> le espetó intentando apagar la intensidad del intercambio. Quizás lo había leído en los cientos de palabras en otro idioma que él le había arrojado con su segunda mirada, o en su vestimenta, o su rostro, o hasta quizás en el acento deslizándose en la ese entre la I y la P de ‘puedo yo hablarte a ti’. La cara se le movió leve, tragó profundo y se mordió la parte de adentro del cachete como quien va a hablar mucho y prefiere no hacerlo. Con una sonrisa intrascendente le contestó que estaba en lo correcto. Conversaron adentro de un túnel lleno solo de palabras, silencio y una oscuridad que no les dejaba verse las caras. El se había puesto de espaldas y ella no se había dado cuenta. Túnel sordo y mudo, túnel ciego, túnel en el que solo existimos nosotros, túnel cónico y vertical, camino de búsqueda, rayo que nace de la tierra y termina en el cielo, túnel yo y vos, túnel mágico que borra todo lo irrelevante. Este túnel en el que no me ves la cara. A través de ínfimas ventanas se veía a los demás deambular en un mundo ajeno, sordos ellos también, ciegos ellos también, existiendo solos también, mas allá de la vida en el túnel, ellos-no-tunel; raros-bichos-no-tunel. Que cómodo es el túnel. Las ultimas gotas de alcohol habían ascendido por entre las paredes plásticas de la bombilla túnel y descendido por el tubo digestivo túnel de Athenas, cuando mirándolo en lo oscuro, justo antes de prender la luz y salir del túnel, le dijo <<que te parece si me acompañas hasta mi casa>>.

La garua era tan finita que parecía no existir. Recordó los ventiladores que tiran agua en los restaurantes árabes e intento explicárselo a ella. El idioma-barrera le dio a la disquisición el tono gracioso que no tenia y Athenas hechose a reir descontroladamente. Pensó en las personas que lloran de la risa y en la belleza del oxímoron. Las comisuras marcadas por encima de los labios, profundos pozos de felicidad aun no vivida se inundaban con las lágrimas de tristeza consumada que esta vez eran de alegría. Bajaron la colina hasta alcanzar el Bósforo. Ella se había cubierto con una especie de plástico que la distorsionaba inalcanzable aun adentro del túnel. Su voz se había modificado y su respiración inflaba el plástico como quien infla una bolsa en la que hiperventila. El Bósforo rugía y la garua intentaba detenerse. Al otro lado del río, la Estambul ‘Antigua’ dormía apagada y dejaba brillar como velas sobre una torta 19 mezquitas iluminadas del centro a la periferia. La risa se transformó en estupefacción y el túnel se destruyo en mil pedazos. Ella se quitó el plástico e importole un bledo la garua que no había cesado. <<Puedo mirar la escena en que John Nash recibe las plumas de sus colegas cientos de veces y no deja de llenarme la piel de poros abiertos>> dijo él. <<Lo mismo me ocurre con la vista desde este lado del rio>>. Se callaron de nuevo y dejaron que el silencio operara a su manera. Entrecerró los ojos e imagino el Imperio Romano. La vistió, entonces de emperatriz y la vio cruzando caminos de tierra en un carruaje majestuoso tirado por siete caballos negros de ojos verde profundo. Malignos ojos verde profundo. No vio jamás su cara, ni sus manos, ni su espalda desnuda en el vestido largo encorsetado; mas la supo adentro de la carreta con la certeza con la que se reconoce al hijo que se ve por primera vez. Con los codos apoyados sobre la baranda suspiró profundo y notó que ella le había cruzado su antebrazo por alrededor del bíceps y lo tenía tomado con sentido de pertenencia. <<¿Pensas que alguna vez vamos a ser felices?>> le preguntó con los ojos clavados en el Rio de Heráclito riéndose de ellos. <<¿Juntos?>>. Le repitió la pregunta como si el nunca hubiera repreguntado <<¿Pensas que alguna vez vamos a ser felices?>>. Se quedó pensando en la pregunta y mientras ella le decía absurdamente que era refrescante haberlo encontrado (bajo la garúa de otoño ya hacia frío), la abrazo con ambos brazos y la beso por primera vez en la comisura derecha. El lago de su felicidad no volvería jamás a llenarse de  lágrimas. En Estambul, abrazándola bajo la intrascendente lluvia de otoño, invadido por el susurro del amor, se dijo a si mismo que nada podía salir mal.

‘Mi casa’ quedaba a 500 metros de donde se habían detenido bajo la lluvia, al otro lado del rio. Sin haber caminado lo suficiente para llegar hasta allí se encontraron subiendo 7 docenas de escalones circulares a oscuras. La puerta del departamento, de unos 30 metros cuadrados, se abrió sin necesidad de echarle llave alguna. Entraron a la vez, como si la puerta fuera mas ancha de lo que realmente era. Adentro (y quizás también afuera pero no había podido verlo porque estaba oscuro) las paredes estaban (o eran) amarillas. Las iluminaban luces simétricamente colocadas en el piso de cada uno de los únicos cuatro rincones de la habitación. Se miraron y el sintió el susurro salir de su pecho. Lo había recorrido durante la noche y ahora le infundía el miedo no saber la materia en la que se transformaría cuando decidiera soltarlo, caer por el vacio espiralado. <<Un montón de barro, blando y asqueroso>> le dijo ella como si pudiera leerle la mente <<como el que queda después de las fiestas de verano bajo la intensa lluvia>>. El miraba fijo una lámpara sueca de papel que había en el rincón más cercano. De pie se mantenía altiva, inmóvil, sin siquiera pestañear. No importaba quien estuviera en la casa y quien no y solo cuando los habitantes se retiraban lograba descansar. Mas no se quejaba. Con absoluta y encomiable paciencia se mantenía allí por horas, cumpliendo su función de lámpara, siendo lo que estaba destinada a ser, nada mas y nada menos. ¿Que estamos destinados a ser?  <<Vos y yo digo ¿Que estaremos destinados a ser?>> Suspiró hacia adentro y sintió el amargo del susurro pasearse por su boca. <<Si no sabemos que estamos destinados a ser ¿como saber si seremos felices?>>. Entraba ahora por otro túnel adentro del túnel. Su mente misma lo enroscaba ahora entre dos o más pasajes tubulares. Ella parecía no escucharlo. <<La vida tiene que ser algo mas que esto>>. Mas que un pedazo de algo recortado y puesto en otro lugar como un parche de cuero azul sobre una tela negra donde no está rasgada. Una tela rasgada por doquier menos allí. <<La vida tiene que ser mas que esta escalera con peldaños que solo suben (o bajan) por la que se puede únicamente bajar (o subir) a través de la falacia de la memoria todopoderosa y a la vez inexistente>> ¿Como puede ser solo esto? Siempre preguntarse ¿Qué hubiera sido? Siempre conformarse  con ser algo que no termina de conformar; ser cómplices atónitos de caminos que se escinden y parten en direcciones opuestas por túneles transparentes que permiten ver como el otro se aleja hasta volverse un punto, y luego el recuerdo del punto y luego el recuerdo tergiversado del recuerdo: un punto mas perfecto que el real. Punto perfecto que cuando creemos  casi poder palpar, con una mano en el cierre de la musculosa y la otra en la mejilla izquierda, desaparece para siempre y nos deja preguntándonos de nuevo ¿Qué hubiera sido? <<Sos el punto mas cercano a mi mismo que tengo en la vida>>. Pero ¿quien sos, que viniste a buscar, cuanto tardaras en convertirte en un punto tan perfecto como inexistente?. Mientras la empujaba lentamente con la boca contra la pared ella dejó  que el silencio le diera la respuesta.

La desnudó con los dos manos al mismo ritmo de siempre. La luz tenue del velador chino a la distancia lo sorprendió al prenderse y apagarse como si le guiñara un ojo. Hacer caer los sostenes de sus hombros empujados por la mano derecha, luego el botón del pantalón ajustado y la perdida de su musculosa hasta llegar a los zapatos atados por detrás de los tobillos, el pantalón que nunca salía tan fácil, las medias si, la saliva mezclándose con la piel,cerca de los zapatos y arriba del pantalón y, de repente, la naturalidad de encontrarse desnudos al pie de si mismos, sin palabras, como al comenzar la noche en el bar. Sus cuatro manos fundidas en el otro cuerpo haciéndose las manos propias, recorriendo cada latitud con exacta precisión. Sus vientres rendidos a una cadencia mutuamente predeterminada vaya uno a saber por quien y sus ojos. Siempre los ojos mas allá de la realidad, mirando otra cosa; él una emperatriz romana, ella el barro que queda después de la fiesta bajo la lluvia. Crecían en pasión e intensidad de forma simétrica. A un una caricia de ella respondía una mordida de el. A un beso de el un rasguño de ella. Cuando comenzó a apretarle el cuello el solo atinó  a soltar un leve: ‘Athenas’. Como reconociéndola por vez primera mas allá de quien ella era, mas allá del tiempo que habían pasado juntos. La vida, el amor, la muerte. Jadeaba con dificultad. Vida, amor, puente, muerte. No: Amor, vida, puente, muerte. <<Claro que si>> dijo ahora en voz alta pero baja, <<la vida es el puente entre el amor y la muerte>>. Ella lo miró inclinando levemente la cabeza hacia la izquierda y sonriendo lo condescendió pulsándose con los pulgares sobre la nuez con mucha mas fuerza. Comprendió porque había cruzado la habitación para ir a buscarla y el no deseo ofrecer ningún tipo de resistencia. Cuando su mano dejo de sentir el seno derecho en su yemas, concibió que al fin el susurro omnipresente que subyugaba al corazón, el del amor que anunciaba la vida, el que aquella noche había venido de nuevo comenzaba a soltarlo. Caía al fin por el vacío espiralado  y se rendía a la gravedad de la caída de un susurro  que alejandose (como tantas otras veces, mas esta vez para siempre) desaparecía a lo lejos como el punto que se hace idea.  Detrás de la oreja derecha escuchaba ahora que aquel punto difuminandose a lo lejos, había venido anunciarle que al cruzar el puente de la vida, al otro lado del Bosforo lo esperaba silencioso y húmedo como la garúa de Septiembre, de espalda a una pared amarilla tenuemente iluminada, el otro extremo del amor. Lo esperaba, en las manos suaves de Athenas, en sus ojos mirándolo fijo, en los senos de papel que se deshacían en sus yemas debilitadas, una silenciosa y placida, esperablemente impredecible, natural y cálida, espantosa muerte.

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