Lujan
“A quien nunca fue mi hermano, a quien siempre lo será”
Sentado sobre los escalones de la escuela pública Perito Francisco Moreno me he quedado con un semblante diferente , obnubilado, fuera de mi.
Esta mañana nos ha buscado Don Armando. Como todas las mañanas el Scania Rojo y Gris del año 65 ha llegado puntual y el gordo ha abierto sus puertas con una sonrisa entre forzada y natural. Llegando tarde, con temor a que me dejen, he corrido a toda velocidad con la mochila más grande que yo golpeándome la espalda a cada paso. En mi torpe y desesperada carrera me he caído en la in-famosa bajadita, la misma donde tiempo después perderé mi primer carrera de bicicletas al (también) caerme justito antes de llegar; antes de cruzar la línea de llegada y ‘entrar’ victorioso al barrio de 5 casas idénticas.
Gracias a Dios (o a la experiencia de mi madre) esta mañana mis pantalones de gimnasia azules; sin tres rayas, llevan parches en las rodillas. Los parches han ayudado, no solo a que el pantalón no se rompa sino, además, a que mis rodillas no lleven, aun, otra frutilla. Lo que si se ha roto, en miles de pedazos, son las Manon que llevo en la mochila. Sin saberlo en ese momento, he perdido mi comida de recreo; sin saberlo, entonces, tendremos que compartir la tuya: gloriosas obleas ‘champagne.’ La lata de bolitas, con el bolón de acero, por suerte esta mañana la has cargado vos. Si supiera que, días mas tarde, la vamos a perder, te robaría el bolon y me lo guardaría en el bolsillo. Lo haría por el bien del todo. Mi tardanza se ha debido ha que me he quedado intentando peinar mi pelo rebelde con gomina, como nos ha enseñado tu viejo, para atrás. No fue solo mi pelo motoso lo que me demoro sino una humedad inusitada que ha despertado a las imponentes montañas que nos rodeaban con silencio de viento ausente. Esta mañana rara amenaza con lluvia.
Sentado sobre los escalones de la escuela me he quedado con un semblante diferente. Esta tarde, habiendo dejado que Don Armando nos deje en el viaje de vuelta, sentado en estos escalones, he visto, a través de las gotas que pueblan el ambiente desapareciendo una tras otra con cadencia veloz, el reflejo de dos hombres; la sombra de su sombra proyectada en el papiro apenas hoy escrito de mi memoria futura: mi imaginación. Uno de los hombres va en un avión, que nunca es el mismo. La escena cambia, los acompañantes del hombre cambian, a través de la ventana se ven diferentes ciudades. Pasa el Kremlin y la Estatua de la Libertad, La muralla China y Angkor Wat, La opera de Sydney y Hagia Sophia; pasan hombres con sombreros de pana, playas, montañas, edificios imponentes y mujeres de muchas nacionalidades hablando idiomas de amor incomprensibles, mostrando gestos que no reflejan en su alma. El hombre está en una búsqueda desesperada, a lo largo y lo ancho del globo. Más no sabe que busca y por eso, con inusitada vehemencia, a través de noches blancas y días negros, con obsesiva persistencia, lo persigue. El hombre ve a otro hombre, mucho más sereno que el y mas enardecido a la vez, parece la parte opuesta de su mismo ser, la otra cara de una moneda que habiendo sida acuñada en el mismo lugar, se escindió de si y circula en una nación diferente. Es un hombre más arraigado, mas familiar, mas centrado. Va sentado en un colectivo, que es siempre el mismo. La escena cambia y los acompañantes del ‘hombre.otro’ son siempre los mismos aunque cambian, se modifican, se mejoran y envejecen. A través de la ventana pasan escenarios diferentes. La ciudad (que es siempre la misma) se transforma de manera armónicamente dinámica. Pasa una plaza y luego otra, los imponentes Andes, ríos, lagos y zanjones, veredas anchas de adoquines rojos y señoras pasando el lampazo con kerosén. Pasan mujeres hablando idiomas de amor comprensibles, mostrando gestos que no se reflejan en el alma de este otro hombre. Esta, el también, en una búsqueda desesperada. A lo largo y a lo ancho de ‘su’ globo. Más no sabe que busca y por eso, con inusitada vehemencia, a través de noches negras y días blancos, con obsesiva persistencia, lo persigue.
El hombre del avión ve una tormenta cayendo sobre la ciudad del hombre del colectivo, y a través de sus gotas ve un lugar mágico que esconde una melodía que no se puede escuchar pero que los ojos correctos pueden ver. El lugar mágico guarda un secreto en cada estación del año. Cada invierno sus niños salen a buscar víboras en la tierra prohibida de detrás de tres de las cinco casas, donde residen los mounstros mas enormes y donde juran haber visto Boas constrictor y serpientes de coral devorar leones y levantarse ante a humanos a los que han perdonado por ser parte de la magia del lugar. Allí los altísimos pastos de 30 centímetros ofician de jungla exuberante y los niños cargan machetes inconmensurables (cuchillos de cocina que han robado cada uno a sus madres) para atravesar los peligrosos pantanos. En otoño, los Álamos, de pie a los costados de las calles de pozos sobre el asfalto pedregoso y color brea, escoltas reales de los paseos en bicicletas de cross-Rolls Royce-imperiales, les regalan a los niños, con desinteresada generosidad, cientos de miles de hojas dispuestas a oficiar de colchoneta inflable para que se arrojen a toda velocidad desde sus bicicletas. Y a los niños no les importa que luego vayan a oler a hollín, ni que sus caras vayan a llenarse de ese polvillo que las hojas exhalan. Luego del invierno, y en cada primavera, el barrio de YPF, el recóndito lugar que existe mas allá del lugar mágico, pasando la bajadita y del otro lado de la ruta, se convierte en Beverly Hills. Es un barrio coqueto de ‘otras’ casas que tienen entradas majestuosas y calles particulares. Casas que tienen la osadía de no ser todas iguales; que atrévense a ser diferentes las unas de las otras. Palacios, donde vive gente rica que pasa el verano en algún lugar de playa que no es Chile y cuya gente a los niños del lugar mágico no les interesa por no ser parte de su mágico mundo. Cuando finalmente llega el verano, la mas agradable de todas las estaciones del lugar magico, el pasto florece y los caballos atienden a presenciar contiendas, que se juegan en el estadio del lugar mágico, ‘la canchita del medio’. Es la época de los mundialitos de futbol, que al modo de los torneos de tenis más importantes, solo se pausan por falta de luz. Y continúan al siguiente día. Veranos en los que además se pelean guerras extremadamente beligerantes con estrategia y rango de oficiales, con piedras.armas y una e(m)planadita, que nadie sabe para que ha sido puesta sino para obrar como campo de batalla de las contiendas entre ejércitos de niños. Batallas que se suspenden, al igual que futbol, solo por falta de luz, y que continúan (si no hay mundialito de futbol), al día siguiente. La desaparición del verano, a veces trae una primavera y otras veces otro invierno que cuando llega pone a los niños que ya no buscan víboras, a esperar. Esperan a que llegue el día en que la magia se acuerde de ellos y les regale el más preciado de los bienes que jamás podrá existir: blanca y fría nieve. Los niños roban zanahorias y salen con su único gorro de lana en la mano dispuestos a donarle sus bienes a un muñeco de nieve que a la mañana siguiente ya no estará allí pero cuya presencia permanecerá en el recuerdo hasta que el sol de nuevo asome y la primavera que subsigue traiga mas escapadas en bici a Beverly Hills. Y cada día, de cada estación, hay un perro guardián de la magia que, aunque ellos no lo sepan, es el encargado de que cada jornada guarde una pizca de encanto, un hechizo implicito, en cada una de sus horas. Y hay madres también en el lugar magico, madres que a los niños cuidan y alimentan y obligan a hacer la tarea, recordándoles que por mas mágico que sea, aquel lugar existe en un mundo de veras.
Una azafata trae en si de repente al hombre del avión que se ha quedado atónito y no le contesta. No puede creer lo que ha visto, a sus 50 años, ha visto un lugar mágico y a niños cargados de felicidad. No entiende el significado y mirando de nuevo la lluvia por la ventana intenta sumergirse nuevamente en el sueno. Esta, aun, fuera de si.
Una azafata trae en si de repente al hombre del avión que se ha quedado atónito y no le contesta. No puede creer lo que ha visto, a sus 50 años, ha visto un lugar mágico y a niños cargados de felicidad. No entiende el significado y mirando de nuevo la lluvia por la ventana intenta sumergirse nuevamente en el sueno. Esta, aun, fuera de si.
Sentado sobre los escalones de la escuela me he quedado obnubilado y veo al hombre del avión esfumarse a través de las gotas que pueblan el ambiente desapareciendo una tras otra con cadencia veloz, al paso que vos, bajando la escalera a toda velocidad, me gritas que nos juguemos un arco a arco a dos toques con una pelota de medias. Las celadoras se han ido y mientras esperamos que nos vengan a buscar. es nuestra oportunidad de hacer una travesura bajo la torrencial lluvia que no es para nosotros tan común. Siento que el lugar de las gotas del hombre del avión esta cerca. Sacándome el guardapolvo, me sumerjo abajo de la tormenta. Un estadio repleto de hinchas enloquecidos cantando bajo el agua me recibe destrozándose no menos las palmas que las gargantas y entrándole con toda la fuerza de mis zapatillas blancas a las medias que ofician de pelota, la hundo en lo más alto del cielo ennegrecido por las nubes para comenzar el partido. Entonces, cuando se apacigua la ovación de la hinchada imaginaria y la ‘pelota’ vuelve al suelo, antes de que se empiece a dirimir otra final del mundo, veo un último repentino flash del mismo hombre en el avión, sentado, atónito, mirando su propia tormenta.
Cuando por la ventana del hombre que a mis ocho años estoy viendo a través de esta tormenta, pasa un estadio remoto y un pequeño jugador revienta una pelota en el aire, el hombre siente una profunda nostalgia. Ya es viejo y ha buscado por todo el universo la respuesta a su infructuosa búsqueda. No ha encontrado, cree, porque ha estado buscando la respuesta en los ojos de alguna mujer que ha fallado en encontrar. Asi, a través de la nostalgia, de la pelota volando por el aire y la mujer inexistente, se da cuenta que lo que está viendo en aquellas gotas no es más que su imaginación pasada: su imborrable memoria. Y encuentra, con felicidad, en su recuerdo, la ubicación espacio temporal del lugar mágico. Y se olvida de la mujer. Cerrando los ojos, se ve gambetear charcos con una pelota de trapo y descubre en la escena al hombre del colectivo en forma de nino, rival, amigo, hermano, contrincante. Caen gotas que siente lo mojan dentro del avión. Se le acelera levemente el cansado corazón y descubre que él y el hombre del colectivo han estado buscando lo mismo. Han estado buscando lo mismo y tiene, efectivamente, ahora se da cuenta, nombre de mujer. De mujer que empieza con las dos letras con las que el siempre creyó que iba a comenzar. Mas, entiende, con esfuerzo supremo, que el objeto de su obsesión, no es efectivamente una mujer aunque lleve su nombre.
Sentado en un avión que lo conduce a algún lugar irrelevante, a través de una gota de agua cualquiera, el hombre del avión se ve de niño viéndose sentado en aquel avión mucho tiempo más tarde. Y al ver por la ventana el recuerdo de su propia imagen reflejada en su imaginación, recuerda que el faro en los dos polos de su camino se llama Lujan. Es aquel lugar mágico que acaba de rememorar y donde el mundo de su infancia le ha mostrado (a el y a quien gambetea bajo la lluvia) que es en la simpleza de la vida donde habita el motor de toda búsqueda. Asi, baja la ventana y deja que el niño siga su partido. Sabe ahora que, es en las pelotas de trapo, las bicis de cross, las boas imaginarias, las finales del mundo que se suspendían por falta de luz y las hojas de otoño regaladas, donde yace la más extrema e inconmensurablemente perfecta felicidad que tanto ha estado buscando. Una felicidad a la que cada día, retornando a través de los caminos de la memoria, nostalgia del recuerdo imborrable, él y su hermano del alma pueden volver, yéndose con la mente a ese tiempo fabuloso que fueron sus días en un lugar mágico, que ahora termina de rememorar y que se llamo y se llamara siempre: Lujan.
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