Mirando fijo al reflejo de sus ojos en los mios, la parte de adentro de mi alma, me dijo sin siquiera dudarlo por un segundo: "no te aflijas y camina por la Tierra que asi lo llevas clavado en la medula de tu nombre, no te aflijas y anda vagando lejos de tu patria extranjero de alma, que asi te ha bautizado el mundo, anda de una vez, anda y cuenta lo que ves, anda a encontrarte con tu destino, anda, simplmente anda, Peregrino". Hern(anDa)nielPellegrini
jueves, 18 de agosto de 2011
Toro
El toro negro infla la panza dejando que las venas se le hinchen, que se le ericen sobre la piel intensamente cortos los negros pelos. Y luego exhala. Los ojos blancamente dilatados por la sangre de si mismo clavados en el frente que nada refleja. Ey! hablame Toro. Las patas delanteras tensas, apenas flexionadas se alistan para acarrear el resto del cuerpo pesado y tiemblan, prestas, adormecidas, in-imputables se clavan en la arcilla por su propio inexplicable deseo de furiosa libertad, de corrida desenfrenada. Hablame Toro. La arcilla roja nublando la vista confunde asi sus pupilas dilatadas con la furia de la muerte intempestiva; con el ruido continuo de la roja sangre fluyendo de un cuerpo moribundo. Hablame Toro. El aire espeso penetra los dos orificios nasales y se pasea furtivo por entre sus entranias, inflando su estomago, hinchando sus venas; volviendose a la salida mucho mas espeso y rojo. Rojo como la arcilla, arcilla como la sangre, sangre como el cuerpo moribundo que dejabase fluir hacia otro espacio. Hablame Toro. La mirada sigue clavada en el horizonte pulverizado, en la nada mas alla de los ojos mismos, en el espejo interno de su mente de Toro ciego que puede no ver mas aca de sus parpados; mas alli de su muerte. Hablame, por Dios hablame, Toro. Dos orejas atentas oyen el coreo absurdo empujandote a empujarme, matandote mas alla de la muerte, haciendote mas rojo, mas muerte, mas mio, mas Toro. Dime algo, querido Toro. Y el suenio, tan tuyo, tan mio, tan suyo y tan nuestro tan de nadie y tan siniestro de que el tiempo que te rodea no se mueve y de que el rojo se vuelve verde y la arcilla pasto y tus ojos insospechablemente blandos y el aire liviano y de que no te mueves y me hablas y te salvas y dejas de ser Toro; se hace pedazos. Y yo veo venir tus ojos, y la arcilla y el rojo y la sangre y la muerte y tu silencio y entonces conviertiendome en Toro, suspiro; y se infla mi estomago y se hinchan mis venas y se estremecen los pelos de mi piel. Y por tu silencio de animal sobreanimado, decido que voy a matarte; por atarcarme sin antes haberme hablado, Toro.
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