sábado, 4 de febrero de 2012

Siempre estuvo cerca

Siempre estuvo cerca. 

Yo me enojo, puteo, me quejo, me vuelvo a enojar, vuelvo a putear y me vuelvo a quejar. Que las calles están rotas, que la presidenta es una impresidenta, que el intendente hace menos de lo que podría, que los robos, que la inseguridad, que las instituciones, que la mar en coche. Despotrico contra mi lugar como un padre que ve que el hijo está haciendo todo lo posible por hacerse mierda el presente, el futuro y porque no también, el pasado. Entonces elijo no leer La Capital y si leer a Fontanarrosa, no escuchar las noticias de Radio 2 sino escuchar a Fito Paez; no mirar las desgracias lejanas que invaden mi ciudad sino leer la pasión con la que escriben los periodistas que cubren a Newells o a Central. A veces también elijo verlo jugar a Messi con la mayor cantidad de personas posibles alrededor. Y cuando el Rayo hace una de las suyas, doy vueltas en círculos buscando cómplices y digo: <<Mirenlo bien, ese, el de la 10 en la espalda, es de mi ciudad>> (y me palmeo un poquito el pecho), e intento explicar en ingles quebrado lo que le leí decir una vez a Soriano <<vieron, no la lleva pegada al botín, la lleva adentro del botín>>. 

Elijo, muchas veces, a la distancia, idealizar; enamorarme de las virtudes de la que considero mi casa; aquella en la que aprendí a andar por las calles, aquella donde de pendejo un punga me saco toda la plata del bolsillo y me robo un buzo, la casa en la que, en un callejón que queda en alguna lugar entre Tucumán y Catamarca, bese por primera vez el paladar de una mujer; aquella en la que aprendí que el fútbol es una cuestión de vida o muerte y que la muerte se acaba yéndose cuatro días a Funes o a Iberlucea y apagando el celular. 

En esos ratos me invade una nostalgia inexplicable, aun de lo malo. Dejo de creer que acá, de este lado del atlántico, aun mas allá del Mar Muerto y bien cerquita del Indico, se puede estar mejor y me entran unas ganas inexplicables de estar en cuerpo y mente sentado comiendo un triple de miga en el quiosco de la vuelta del club. 

Asi, de tanto, en tanto, físicamente, mas allá de todas las veces que vuelvo cerrando los ojos, vuelvo. Y camino por la barranca del rio despacito como para que el paseo no se termine nunca; me meto en una librería chiquita de calle Rioja; me voy al Cairo, huelo el olor a libro de Ross, charlo 40 minutos con el pibe que vende diarios en Sarmiento y Santa Fe y otros 40 con el que vende DVDs en Alternativa. Me meto en el lavadero de autos de un amigo y lo veo putear, pelearse con los empleados, ser mas rosarino de lo que se podría ser en una película. Me voy a la Florida y tomo mate abajo de un sol que podría partir la tierra en cualquier otro lugar del mundo, pero que en Rosario solo nos empuja a acercarnos un poquito más al agua; si hay lancha mejor, sino piragua y de ultima Florida, reposera en mano y a aguantar. A la noche paso por el monumento iluminado celeste y blanco y pienso cuantas cosas lindas tiene esta ciudad que me adopto como hijo suyo hace ya casi un par de décadas; que ganas locas de volver. Son locas las ganas porque pensándolo bien, y el pensamiento se me esfuma cuando la lógica empieza a querer enderezarlo hacia el lado opuesto del corazón. Camino por las veredas y los cordones y no me canso. A las 6 de la mañana salgo de un boliche y pateo tranquilo una horita clavada por Mendoza, por San Luis, por 9 de Julio, por la que me lleve. "Que tengas un buen día, o no". La ocurrencia se respira hasta en el grafiti que me saluda desde las chapas de un edificio en construcción. Cuantos edificios nuevos, che, la puta madre; cada vez que vuelvo la ciudad está un poco más moderna, un poco mas linda. Pero ojo, que no pierde lo suyo, lo que la hace de verdad; no pierde ese inexplicable sabor a pensión italiana que hay en cada cuadra; ni las casas de pasillo; ni las viejas sentadas en la reposera en la puerta; ni los Fiat 128, ni las casonas que los tanos levantaban con sus propias manos por calle Godoy. 

Y le doy vueltas a la cosa, (y a la ciudad entera) y no entiendo cómo hacemos para no tener la ciudad más linda del mundo. Camino, como siempre y después de haber hecho un circulo por Pellegrini (me pregunto si esta vuelta redonda que le doy a la ciudad para caer en Pellegrini no es sino una metáfora de mi mismo) y desembocar de nuevo en la barranca, me cuelo por un alambre roto y tras haber cruzado unos pastizales mal cortados, me siento en un muelle viejo, de esos de madera podrida que en cualquier otro lugar del mundo serian demolidos por peligrosos pero que acá son pintorescos, y pertenecen, al rio y a nosotros. Sin miedo de que se vaya a caer a pedazos miro a Rosario desde la ancha vastedad de su papa, el Paraná. Y pienso en mi ciudad como la más chica de un grupo de hermanas increíblemente lindas que empiezan con la Napoleónica Paris, La Victoriana Londres, La cosmopolita Nueva York o la Constantina Estambul. No lloro ni mucho menos; pero me queda esa sensación de grandeza aun no realizada, de potencial infinito que en mi ciudad no se termina plasma. 

Y me frustro al darme cuenta que tenemos que ponerla en el mapa por algo más que el triple crimen o la guerra de barra bravas o la creciente ola de inseguridad. Que Rosario tiene que ser lo que está destinada a ser. Que acá vive y vivió gente con inteligencia artística, con pasión descomunal, con ganas de que su ciudad sea grande de verdad. Si de acá son Olmedo y Che Guevara y Messi y Fontanarrosa y tantos otros que sin trascender a la fama le han dado tanto al mundo. Me levanto de la silla y me dan ganas de tomarme un avión, e ir a cambiarlo todo, con las ganas revolucionarias de un utópico pibe de 18 años. Pero estoy tan lejos que no sé ni por dónde empezar. Entonces, me siento en la silla y abro un grupo de Facebook que se llama “Rosario, Nuestro Mundo”. Lo hago con la ilusión (quizás tonta, quizás solo ilusión) de que todos los que no la vivimos físicamente pero si con las ganas de estar ahi, podamos aportar alguna idea de cosas copadas que vemos por el mundo. Cosas que puedan ayudar a hacer que nuestra ciudad sea lo que nos hace sentir que es toda vez que de nuevo la pisamos: "el lugar que además de ser nuestra casa se nos aparece como la ciudad más cautivantemente linda, del mundo".

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