lunes, 30 de mayo de 2011

Adios

Adios


"...es crecer..."
                 GC



Y un día, cuando el menos lo esperaba, cuando la luz del día se mostraba e ‘in a little while’ ya no sonaba casi nunca en su ipod, no mas; sin preámbulos, sin aviso, sin piedad, sin su consentimiento, como un bumerang que solo ha vuelto al punto de partida por la inercia propia de la fuerza que lo impulso lejos; ella, que se jactaba de ser quien era; por ímpetu propio y sin pensar en nadie mas, simplemente, volvió. Lo hizo con la cruz marcada en la espalda y la frente tan alta como siempre; sin remordimientos, sin perdones, sin siquiera creer que en algo se había equivocado. Simplemente. Con toda su simpleza y toda su complejidad. Volvió. Cuando el bajo de aquel ascensor, que se habia demorado mas de la cuenta, la vio, inmaculada, como hacia ya tanto tiempo, como si fuera ayer, como si fuera hoy, como si fuera nunca.

Caminó arrastrándose, con ansiedad pero con parsimonia. Y se detuvo lejos aunque demasiado cerca. Allí estaba, de frente a el, con los ojos atravesándolo hasta el centro del cerebro, como aquella primer vez, hasta la medula ósea de sus propias inseguridades, las de ella, que de un modo atemorizantemente telepático, se reflejaban en su memoria, la de el. Carraspeo y le dijo: <<pasó mucho tiempo>>. El, sin saber que contestar, sin lograr discernir si era porque no podía realmente verla o quizás escucharla solo pudo hacer lo que su corazón le dictaba: con los dos brazos cerrándose sobre su espalda, con una mano en cada omoplato de aquel saco de hilo rojo; lleno de rabia, rebosante de angustia, repleto de satisfacción y a la vez de odio, de inseguridad y de tormento, sin mas, la abrazo. Quiso esbozar una palabra mas el agua falta en su boca seca no le permitió separar los labios. Quiso pero no pudo llorar. El agua falta en la sequía de sus parpados no le permitió abrir los ojos. Sintió que un camión le oprimía el pecho, como si el centro del universo, con todas sus fuerzas de atracción y repelencia, se hubiera trasladado al hueco entre sus dos tetillas. Entonces, ya no supo hacia donde ir. Su mente transito caminos jamás antes recorridos. Anduvo por calles a las que jamás le había puesto nombre. Camino veredas vírgenes, sin adoquinar. Creyó que podía enloquecer en un mero segundo. Si alguna partícula se movía de un modo no coordinado, si un vecino abría la puerta, si la campana del ascensor anunciaba que algo mas había vuelto, todo el equilibrio de un momento absolutamente desequilibrado, podía estallar.

El tiempo se enllenteció, el ambiente se hizo pesado y con clarividencia pudo ver todo como si fueran ceros y unos. Sonrío. Despegó las manos de la parte dorsal de los omoplatos y las apoyo sobre los hombros rojos que se mantenían erguidos frente a el. Creyó que le iba a pedir que se quedara. Pero no lo hizo. La miró como quien mira con el afán de recordar, como quien sabe que el final de los finales se acerca a una velocidad que nadie mas puede percibir. Estiró los brazos y recordó como le hacían tomar distancia en la fila de la escuela primaria. De nuevo sonrió.

Entonces sin mas, sin palabras, sin aviso, sin el consentimiento de nadie, como un barrilete al que se le suelta el carretel para que pueda volar libre en, por, para y hacia donde lo guie el viento, sin piedad, apago por ultima vez  la acústica resonancia de ‘in a little while’, se dio vuelta, abrió la puerta de su casa y cerrándola con cautela, para siempre, la dejo atrás. Jamás, escucho a nadie golpear, jamás escucho a nadie suspirar detrás suyo. No supo lo que quedaba a su espalda porque parecía haber perdido la capacidad de darse vuelta. Se bañó, se secó y mientras se terminaba de vestir, comenzó a escuchar Pasos. Así, cuando hubo terminado aquel ritual inexplicable, ya sin miedo, ya sin el reflejo de aquellas inseguridades grabadas en el lado B del corazón, abrió la puerta y comprobó que nadie allí había. Comprobó sin sorpresa que su mente la había imaginado, detalle a detalle; parada sobre la alfombra de entrada, vestida del mismo rojo con el que aquel día juro nunca jamás volver. Vio el espacio vacío, la nada insertada en la escena, su ausencia cumpliendo aquella eterna promesa y abandonando para siempre su mente. Y sin ningún tipo de desesperacion se dio dos golpecitos en la cabeza. Devolviole así el guiño a su mente, agradeciéndole implícitamente que, después de que el bajara del ascensor y antes de que se metiera en la ducha, por arte del mágico entrevero de aquel inexpugnable laberinto que ahora retumbaba por el eco de sus nudillos golpeando su carcasa, la ultima puerta que quedaba allí abierta hubiérale, finalmente, ayudado a cerrar.

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