Los Dos Reyes
"Verdaderamente, el hombre es el rey de los animales,
pues su brutalidad supera a la de éstos"
Leonardo Da Vinci
Jose Pablo Rodriguez Nunez había nacido con el crimen marcado en la piel, escrito en el DNI. A los dos meses su padre y su tío lo habian ‘usado’ de distracción para asaltar el Banco Provincial con una pistola de juguete, y una de verdad. Por el infimo espacio entre sus parpados; por a traves de sus ojos recien abiertos, habia visto su primer muerte. A su padre se le había escapado un tiro que habia impactado en un una anciana de unos setenta años. Había caído seca, como un fiambre que se cae del gancho de donde esta colgado. Desde ese día la muerte jamas se iría de su vida. Su prontuario criminal se habia engrosado poco a poco: diecisiete entradas por robo, cuatro por tenencia, ocho por violencia y resistencia a la autoridad, tres por hurto (la versión sin fuerza no le agradaba demasiado) y una por una violación de la que lo acusaba una ex-novia despechada. Todo antes de tener 14; todo antes de ser imputable. Era tan fácil de agarrar como de matar. Por eso habian estado por matarlo solo un par de veces. Estimaban las fuerzas de la seguridad que lo agarraban una de cada 176 veces que cometia un delito. La cuenta daba unos 5800 delitos, antes de la tarde en que cumplio 14, la tarde en que se convirtió en Rey. La leyenda comenzó una prematura primavera fría y lluviosa. <<Todas las primaveras empiezan asi>> le decía Joselito a Eusebio, el Gordo, a través del agujero que generaba con su comisura izquierda mientras con el resto de la boca sostenía la colilla de un cigarrillo que estaba ya por apagarse. <<Jugá Gordo, jugá, que te voy a romper el orto con un Rey, jugá>>. El Gordo rió y sacudio la cabeza. Mezcla de desidia, resignación y embuste propio del juego. Llegó a morderse el labio antes de intentar una sonrisa resignada. Mas nunca llego a tirar la carta. A través del vidrio del quiosco donde tomaban birra y jugaban al truco pasaron cinco balas que no tocaron a Joselito. Dos pegaron en una columna a su izquierda, dos otras le pegaron al gordo en el pecho y la quinta arranco la parte superior derecha del Rey que efectivamente batía a la sota de oro con la que Eusebio seria enterrado en un bolsillo dos días mas tarde. El Gordo estaba muerto, Joselito estaba vivo, la sota se fue en un cajón y el rey de basto, tatuado ahora en la parte superior izquierda de su pecho, lo convertia en leyenda.
Carlos Maria Delgado "Carlitos" era del Chaco. Habia nacido en el seno de una familia humilde pero llena de valores. Su madre, Estela Maris Delgado de Delgado se había casado con su primo Carlos y caminaba todos los días catorce kilometros de ida para limpiar una casa en el pueblo mas cercano y poder ayudar con los gastos de la casa. A Carlos Delgado nadie jamas le habia conocido un delito, mas tampoco un trabajo. Se había abandonado a la dicha de Dios cuando habiendo sido suspendido el ‘tren de los montes’, el gobierno nacional habia despedido a cuatrocientos empleados que habian sido contratados para comenzar a poner las vías. <<El sueño de mi vida se murió, hoy>> le había dicho a su esposa, <<Jamas volverá, jamas habra vía, jamas habra ilusión>>. La mañana siguiente a la que su padre había sido encontrado bajo la sombra de un ombu abrazado a una cruz de madera de un metro de alto, habiendo pasado cuatro años y tres meses de la cancelación del tren y cuarenta y siete años (desde su nacimiento) sin trabajar, Carlitos había decidido irse de casa. Emprendio los 17 kilómetros a pies que recorria cada maniana para ir a la escuela como cada dia, mas cuando dieron las 7 esucho la campana y siguió de largo. Cuenta la leyenda que caminó 27 dias y 28 noches ininterrumpidas y cuando se hizo la luz del día 28, exhausto, se detuvo a pedir un vaso de agua en una estación de servicio. La negativa del empleado fue el comienzo de su vida delictiva. Le partio el cuello con las ultimas fuerzas que le quedaban y se sentó a tomar de una botella chica de agua mineral. Comió cuatro alfajores y un helado de agua. Y se marchó. El resto lo dejó intacto. Sus días en el camino son incontanbles. Hay quienes afirman que lo vieron caminar a los ocho años con los ojos cargados de muerte por la ruta 9 asaltando camiones y descuartizando camioneros con la fuerza sola de sus propias manos para robarles el mate y los bizcochos. Hay quienes aseguran haberlo visto al mismo tiempo en la ruta 2 vestido de gorrita y shorts desmantelando estaciones de servicio, teniendo entonces solo seis años. Lo cierto es que nadie jamas supo bien de donde venia ni cuantos años tenia. Solo pudo saberse que habiendose adiestrado en chicanas legales le dijo a la policía, el día su primer aprehensión, que tenia solo 9 años, cuatro meses y veintidós dias. Supo calcular la fecha exacta en la que tendria que haber nacido. Tenia bigote. La policia le creyó y lo inscribieron como nacido aquel día. Hecho en la calle, la tarde en que El Rey de Bastos cumplía catorce, se encontraba el en un bar de Villa Constitucion. Eran las seis de la tarde. La policia irrumpio en el local en busca de drogas y un drogadicto disparo. Murieron treinta y dos borrachos, diecisiete drogadictos y el único policía que había entrado al lugar. La bala que debía matar a Carlitos pego en la copa que sostenía en la mano y quedo flotando en el Brandy barato que tomaba. Un transeunte que pasaba y lo vio atonito con la copa en la mano y una manta que la policia le habia puesto sobre los hombros lo bautizo: el Rey de Copas. A los dos días se tatuo la figura de la baraja, sobre el corazón.
A Carlito, en el barrio, le decian, despectivamente, "el Toba". Habia llegado a la cuna de la bandera siete días antes del tiroteo en el bar de Villa Constitución donde había sido bautizado. Robó, mató volvio a robar y volvió a matar. Jamas conociosele cargo alguno por otro delito. La policía no había asociado a uno con el otro. El toba y el Rey de Copas fueron, para la ‘fuerza’, durante mucho tiempo, dos personas diferentes. Se instaló en el barrio equivocado, en la ciudad equivocada, quiso ser rey pero era el reino equivocado.Para cuando la policía unió al toba con el Rey de Copas, el Rey de Bastos había engrosado su carácter de leyenda. Robó, mató, corrompió, violó, hurtó (poco) y estragó. Dicen que nunca se pudieron tipificar todos sus delitos. Se murmuraba (por lo bajo) en el barrio que, con lo que había robado y obtenido de la mala vida podría haber comprado la municipalidad de la ciudad, (con todo lo que tenia adentro, incluido el intendente) y refundar la ciudad con su nombre, o quizas su apellido. Ya no había vuelto a entrar, ahora la atención estaba en otro lugar.
Los reyes nunca se conocieron en persona, mas se detestaron con creciente odio a medida que la leyenda del otro se acrecentaba. Vivían en el mismo barrio y en cada barrio puede haber solo un rey. Vivían en la misma ciudad y en cada ciudad puede haber solo un rey. Vivían en el mismo país y en cada país puede haber solo un rey. Vivían en un reino sin rey y en cada reino (aunque no tenga rey) puede haber solo un rey. Se odiaron tanto que, según un tatuador al que refirió la historia otro tatuador que tenia un tatuador amigo que tatuaba a varios de los miembros de la banda de uno de los dos Reyes, El Rey de Copas se había tatuado una cruz en la espalda, donde esperaba que el otro Rey le disparara para darle muerte y el de Basto la había tatuado en el pecho, debajo de si mismo, o quizás era al revés.. Sus armas se buscaron, sus secuaces se tirotearon , se planearon emboscadas, se tendieron trampas, se denunciaron, quisieron erradicarse el uno al otro; pero siempre algo salia mal, siempre algo se interponía entre sus armas, siempre el uno escapaba al otro, o el otro al uno. Siempre quedaban Dos Reyes.
Una tarde copiosa y cálida de Abril, el Rey de Bastos, sentado sobre una pila de ladrillos, fumando un porro, tuvo una idea que lo diferenciaría de todo el mundo. El golpe seria perfecto, el carácter de único Rey lo esperaba. No necesitaba matar al otro, solo diferenciarse de el. El evento era Gigante. La plata era incontable y habría tanta policía que si se hacia con la bolsa, nadie podría ya jamas, nunca, discutirlo.
A la misma hora que el de Bastos tiraba la tuca del porro por la alcantarilla, el de Copas alentaba a la Lepra en el Parque. Entonces, cuando el Tano Vella desbordaba por vez numero dos y tiraba un centro a la olla, a el se le ocurría una idea que lo haría el mas grande hincha de Nubel de la historia. Se iba a robar la recaudación del Gigante. La semifinal de la Copa le daba la razón ideal para cagar a los ‘putos’ de Arroyito. Ahora si, ahora para siempre, seria el, de verdad, el único que Rey que era leyenda.
Cada uno planeo su ataque con minuciosidad.
Mientras el de Bastos iría fuertemente armado, el de Copas prefería pasar mas desapercibido. Ambos sabían que para hacerse leyendas deberían ir solos. Joselito iba a entrar por el Caribe Canalla, siete horas antes del partido. Iba a esperar que cerraran todas la cajas. Entonces, antes de que el arbitro adicionara uno o tres minutos, se iba a meter por la pileta, iba a atacar a los pocos policías que quedaran resguardando la recaudación e iba a entrar a la tesorería. Iba a ir disfrazado de hincha. La ametralladora envuelta en un trapo de Central. Estaba dispuesto a matar. Carlitos iba a llegar con la masa. Disfrazado de policía (antes que de Canalla cualquier cosa) iba a entrar a la cancha y filtrarse directamente a la pileta donde iba a dar cuarenta y cinco vueltas (una cada dos minutos de partido) antes de meterse a la tesorería cuando el arbitro adicionara uno o tres minutos. En el entretiempo pensaba descansar. Llevaría solo un arma reglamentaria que había robado meses atrás. Estaba dispuesto a matar.
El primer tiempo paso sin sobresaltos. Ambos se aferraban a su plan. Ambos estaban adentro. Ambos esperaban. El Partido estaba 0 a 0. Al empezar el segundo tiempo un sepultural y extraño silencio de ambas hinchadas permitió a los dos escuchar el silbato del arbitro. Ninguno de los dos lo tomó como un signo. Los dos se equivocaron.
A Carlitos lo descubrió un policía a los 17 del complemento cuando al preguntarle de que seccional era (solo para socializar), Carlitos se asustó y le disparó en una pierna. Su tensión se había generado por que creía que un hincha al que había visto pasar ya siete veces con una bandera era un 'chancho' de encubierto. Se sorprendió hasta el mismo, como si en realidad lo hubiera hecho otro. Casi salta a la pileta. Mas rodeándola casi entera, corrió con desesperación y se metio por una rampa al estacionamiento subterráneo. Los tiros de otros cuatro policías que cuidaban aun los molinetes lo siguieron, retumbando como hachazos en un bosque que recién termina de talarse.
A los 18 del mismo complemento Joselito se puso ansioso y quiso entrar a la tesorería. Los dos guardias que custodiaban la pileta ya no estaban y había algún problema con la barra porque se escuchaban tiros abajo de la bandeja. Su ansiosa desesperación de leyenda vio, equivocamente, una oportunidad. Cuando empujó la puerta con vehemencia y entró corriendo al pasillo que daba a la tesorería, cuatro policías lo miraron atónitos y uno (que lo reconoció) gritó que era el Rey de Bastos. Y desenfundó. Joselito se descolgó por la escalera que llevaba al estacionamiento subterráneo seguido de los tiros de los cuatro policías, retumbando como hachazos, en un bosque que recién termina de talarse.
El Rey de Bastos corrió desesperado y se escondió detrás de una traffic blanca rotulada de pinturerias Sol. Jamas presintió que acercabase el final. Se apoyó sentándose contra la goma delantera derecha y las tuercas engrasadas de la rueda le dejaron cuatro marcas redondas en la espalda, como si por allí fueran a atravesarlo cuatro balas que lo terminarían para siempre. No reparó en el hecho. Perdió la bandera en la corrida. Si reparó en el hecho. Y creyó haberla perdido en la escalera. Apuntó el arma hacia arriba con el codo en L y con la mano libre se tocó la pierna. Los dedos se le metieron solos en el agujero que los dos balazos le habían dejado. Gimió de dolor apretando los dientes. Miró el arma, suspiró y luego de suplicar un insulto en voz baja, dirigió los ojos hacia el suelo. Entonces lo vio acostado, de costado, frente a el, tatuado en el medio del pecho, inmovil, solitario, perfecto, inalcanzable, el Rey de Copas.
Carlitos corrió desesperado y rodó por la rampa. No pudo jamas, de nuevo, ponerse de pie. Se arrastró, gateo, y jadeo de dolor. Le habían metido dos balazos en la espalda. Mas no animose nunca a tocárselos. Jamas presintió que acercabase el final. Se apoyó sobre el codo izquierdo y, escondiéndose atrás de la rueda trasera derecha de una traffic, cambio el revolver de la derecha a la izquierda. Miró hacia arriba y suspiró un insulto en voz baja. Con dificultad mecanica, abrió el tambor y cuando le iba a meter la unica bala que le quedaba, ahora en la boca, por el espacio vacio del tambor abierto, lo vio de frente, inmóvil, perfecto, con la punta izquierda del rectángulo cóncava y una cruz debajo del 12, inalcanzable, el Rey de Bastos.
Fue un segundo el que tardó el Rey de Bastos en bajar el arma y apuntarla. Lo mismo lo que tardó el de Copas en meter la bala desde su boca en el tambor y dirigir el caño hacia el pecho de su nemesis. Hubo otro segundo en que el tiempo pareció detenerse. El segundo previo al final. Mas ninguno de los dos pudo disparar. Atraídos por el poder del otro Rey, ambos bajaron las armas y se miraron por primera vez, de frente. No hubo segundo final. Entonces, comprendiendo todo sin hablarse, sabiendo que no era aun el momento de dejar de existir, salieron los dos de atrás de la Traffic con las armas preparadas para disparar, listos para defenderse del ataque final. Cuenta la leyenda que culpa de un gol anotado en el descuento no pudo escucharse cuantos estruendos de bala ocurrieron en aquel estacionamiento. La crónica determino que ambos Reyes murieron y la autopsia no pudo nunca determinar de donde provino la bala que mato a cada uno. Lo que si se se supo, mucho tiempo después, fue que la bala que mató al de Copas lo acertó sobre una extraña cruz que llevaba en la espalda, y que, la que acertó al de Basto, dio sobre otra cruz similar que extrañamente este, llevaba debajo de su propia imagen, tatuada en el pecho.
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