jueves, 18 de agosto de 2011

Toro

El toro negro infla la panza dejando que las venas se le hinchen, que se le ericen sobre la piel intensamente cortos los negros pelos. Y luego exhala. Los ojos blancamente dilatados por la sangre de si mismo clavados en el frente que nada refleja. Ey! hablame Toro. Las patas delanteras tensas, apenas flexionadas se alistan para acarrear el resto del cuerpo pesado y tiemblan, prestas, adormecidas, in-imputables se clavan en la arcilla por su propio inexplicable deseo de furiosa libertad, de corrida desenfrenada. Hablame Toro. La arcilla roja nublando la vista confunde asi sus pupilas dilatadas con la furia de la muerte intempestiva; con el ruido continuo de la roja sangre fluyendo de un cuerpo moribundo. Hablame Toro. El aire espeso penetra los dos orificios nasales y se pasea furtivo por entre sus entranias, inflando su estomago, hinchando sus venas; volviendose a la salida mucho mas espeso y rojo. Rojo como la arcilla, arcilla como la sangre, sangre como el cuerpo moribundo que dejabase fluir hacia otro espacio. Hablame Toro. La mirada sigue clavada en el horizonte pulverizado, en la nada mas alla de los ojos mismos, en el espejo interno de su mente de Toro ciego que puede no ver mas aca de sus parpados; mas alli de su muerte. Hablame, por Dios hablame, Toro. Dos orejas atentas oyen el coreo absurdo empujandote a empujarme, matandote mas alla de la muerte, haciendote mas rojo, mas muerte, mas mio, mas Toro. Dime algo, querido Toro. Y el suenio, tan tuyo, tan mio, tan suyo y tan nuestro tan de nadie y tan siniestro de que el tiempo que te rodea no se mueve y de que el rojo se vuelve verde y la arcilla pasto y tus ojos insospechablemente blandos y el aire liviano y de que no te mueves y me hablas y te salvas y dejas de ser Toro; se hace pedazos. Y yo veo venir tus ojos, y la arcilla y el rojo y la sangre y la muerte y tu silencio y entonces conviertiendome en Toro, suspiro; y se infla mi estomago y se hinchan mis venas y se estremecen los pelos de mi piel. Y por tu silencio de animal sobreanimado, decido que voy a matarte; por atarcarme sin antes haberme hablado, Toro.

lunes, 8 de agosto de 2011

M

M

La vida es una creación de la mente
                                                   Buda


Recostado boca abajo, sintió un profundo dolor de cabeza que comenzaba en la frente y terminaba en el centro de la corteza de su cerebro. Se preguntó que era lo que le pasaba. La mano de aquella mujer dibujando suave por su espalda era su mano otrora pasando por la espalda de Maria. La mano de esta no Maria era, si claro, su mano en la espalda de Maria. La mano del amor, pensó. De un amor perverso; perverso y desatinado, siempre tarde o temprano, siempre a destiempo. Un amor ajeno a si mismo que fallaba sistemáticamente en reconocerse, que confundía el espejo en que se veía con una ventana y su reflejo con la proyección de una silueta que no le correspondía. Deseó que todo fuera diferente. Pero diferente como? Sabia que quería cambiar mas no sabia que quería cambiar; ni por donde empezar. Debo entonces cambiar todo. Si no hay por donde empezar empecemos por hacerlo todo junto, de forma desprolija y violenta. El lugar donde vivía. La persona con la que estaba. Las personas con las que estaba. El lugar donde trabajaba. El trabajo. La rutina. Los deportes que practicaba. Los autores que le leían, todo caía en una enorme caja de mudanzas rotulada "Varia", una caja que no sabia si subiría al camión que ahora quería arrancar. Pensó que quería nacer de nuevo, si era posible lo mas alejado de sus múltiples egos que pudiera alguien imaginarse. Si era posible en el cuerpo de una tortuga. Si, claro, eso es, en el cuerpo de una tortuga, verde y gigante, perezosa y despreocupada, que no conozca el mundo mas allá de un patio de tres por tres; de baldosas rojas. Cuyo desafio no fuera mas grande que caminar 20 pasos (pasos de tortuga, claro) para alcanzar un poco de agua o morder alguna hoja que ofreciera-le de alimento. Una tortuga que desconociera las teorías económicas y la importancia del ahorro. Que no supiera de Keynes ni de Platón, de Marilyn ni Jean-Paul Sartre. Un mero animal cuyos mecanismos de comprensión no superaran lo que sus limitados sentidos permitían le ver; cuyo intrincado sistema neurológico fuese tan simple que no permitieran le conocer la pasión ni el desarraigo ni la empatia ni el odio. Una tortuga si, que no pudiera sentir aquella mano ajena de no Maria en su espalda, dibujando secretos de alcoba que comenzaban a construirse de una manera absurda. Girando súbitamente, como no podría haberlo hecho la tortuga, intentando no parecer demasiado brusco, anulo el efecto de la mano del amor, se puso de frente y le dijo a la Manicura si quería salir a tomar un café a pesar del hostil clima. Afuera, como nunca antes en Junio, nevaba.
 
Las fuertes ráfagas de frió helado no lo amedrentaron y continuo el camino por la calle 7 a pesar de que la manicura se hubiese relegado un poco. El frio en las mejillas le recordó a la tortuga. Si yo fuera una tortuga metería la cabeza adentro del caparazón ahora mismo. Sintió que de algún modo todo lo que había en su cabeza era la cabeza de una tortuga y que su cabeza era el caparazón. Buceó entonces en el interior de su cráneo como si sus ojos de tortuga le permitieran ver el lado interno de la tenebrosamente húmeda carcasa. Entró en un mundo oscuro de caminos iluminados por tenues luces laterales. Luces de pasillos de un avión lo guiaban siempre hacia una salida de emergencia con una puerta de complicados mecanismos, siempre cerrada, siempre imposible de abrir. No tardó mucho en darse cuenta de que estaba en un laberinto. Que debo cambiar; adonde esta la puerta que abre el juego? Buscaba la celda del buscaminas que le abriera el mapa de su propia vida. Una que borrara tantos unos adyacentes a celdas tapadas, una que lo condujera a un par de cuatros, a unos cuantos tres y quizás hasta a algún cinco. Cruzaba un puente sin retorno, del hemisferio nor(este) de su cerebro, cuando el sacudon de su brazo izquierdo lo hizo caer a un vació negro cónico y lo trajo de vuelta a la realidad. <No me vas a esperar, che?> le dijo la manicura con la simpleza que la caracterizaba; con su sonrisa de tortuga. Caminaron 200 metros en los que le contó alguna historia sobre una clienta del salón que se habia roto las unas en una aparente contienda con su propio marido que la quería abusar. Pensó que nada de lo que decia la Manicura tenia demasiado sentido y solo atisbo a asentir con la cabeza moviéndose con suaves golpes de menton sobre pecho. Al final de la segunda cuadra, en la ochava norte de 7 y 16, cuando el invierno se hacia mas hostil que nunca, se metieron en el café de la música.

La verborragia de la Manicura lo sumergió de nuevo en sus pensamientos. Por un momento, mientras ella le hablaba y el escuchaba sin poner atención creyó que abandonaría su humor instropsectivo por el resto del día. Se había alegrado de estar, aunque fuera escuchando. Pero solo le duraría un rato. Cuando se hubieron sentado abandono nuevamente, esta vez con los ojos abiertos, el lugar. Se pregunto si podiase a través de la profundidad movilizar a lo superfluo, si había algo en las personas mas allá que la risa leve y el llanto plástico. Se desilusiono de no poder vivir de forma simple como todos los demás aparentaban hacerlo. Se preguntó si realmente así lo hacían o si era una dish-dash contra el dolor que realmente existía en la mundanidad de los humanos, en la humanidad del mundo. Se dolió de deber hacer un análisis casi sistemático de cada respiro que exhalaba el hombre de la mesa de al lado, del costo extrinseco de cada una de las acciones de la mesera que ahora traía su café con leche, de la verborragia de la Manicura. Miró por la ventana. Los arboles todavía no daban sombra y perdían así su gracia; no eran verdes sino marrones, apagados como una linterna sin pilas en medio de la oscuridad. Su falta de hojas no servia para detener una incipiente nevada. Siempre las cosas nos faltan cuando mas las necesitamos; que útiles hubieran sido las hojas de un árbol para detener la nieve que mojaba la cabeza de una mujer y su hijo. La mujer parecía acelerarse y luego frenarse a cada paso impar con cadencia de tango torpe. Se preguntó que ocurriría en la mente de aquella mujer que, apuradisima, parecía ir desapegada de cualquier evento ajeno a la mano de su infante. Cual seria su reacción si de un tercer piso cayera de repente un piano o un suicida. Pensó que los hombres de hoy, obnubilados en sus propios carriles, como tranvías o trolebuses antiguos, habían perdido la capacidad de cambiar de acera, seguían siempre la vía de su propia incomprensión, eran duenos y a la vez ajenos a todo lo que les pasara por al lado. Quizás la mujer se espantaría, un segundo, quizás se detendría, otro segundo. Mas volvería rápido a la mano del infante, a la boleta del gas, a la maestra del jardín que le había gritado al nene, al marido que trabajaba demasiado, al profesor de tenis con el cual se acostaría si le dieran los escrúpulos, al apuro por la nieve. Volvería a su caparazón de tortuga que camina despacio hacia un final que conoce. Ay! cuanto deseaba  ser y cuanto aborrecía a los bichos lentos y perezosos, al caparazón, a la manicura al otro lado de la mesa con sus historias simples, con sus boletas del gas y sus problemas de vida en miniatura, en general a las tortugas de caparazón oscuro.

La manicura lo miraba en el reflejo de la mesa de madera lustrada, o quizás solo miraba un poco mas allá de su taza el centro de aquel cuadrado plano sostenido por cuatro pilares. Un cuadrado se sostiene por cuatro patas, que redundancia estúpida, que invento mas precario de la arquitectura; cuatro puntas, cuatro patas. Se preguntó quien habría sido el genio que decidio poner una pata de mayor soporte en el centro. Que dificil seria matar a la manicura. Aniquilaria para siempre de la realidad, tornarla una imagen del pasado. De un tiempo a esta parte lo consideraba con repetitivo desgano, con cíclica desidia: debía deshacerse de la manicura; dejar de pensar en ella, borrar (no solo de sus agendas, sino ademas de su mente) su numero de teléfono, su dirección, la evolución de su cara a una cara diferente. Debía darle salida y transformarla en una imagen del pasado, en una imagen congelada en un momento, en cientos de momentos que jamas volverían. Pensó en Maria, en sus palabras de aquella tarde diciéndole: "que era mejor si nunca jamas volvían a verse, si procuraban ya no mas hablarse, para que quede todo lo 'lindo' de la relación". Para recordar 'todo lo lindo', como si el otro se hubiera muerto, como si fuera las agujas de un reloj detenido en algún momento del pasado; una cara que si evolucionara lo hiciera como la de un muerto al que se le carcome primero la piel y luego la carne para transformarse, ulteriormente, en puros huesos. Una persona que ya no influenciara con su pensamiento, con su crecimiento, con su mejoría o su empeoramiento. porque la memoria no tenia caminos de regreso, porque toda primavera anterior era irrecuperable, y porque el amor mas desatinado y tenaz era de todos modos una verdad efímera, la frase que el mismo había escrito gigante en la pared del costado de su cama, cuando Maria se había marchado, le retumbo en la cabeza. Eso debía hacer con la manicura, matarla, convertirla en una primavera anterior, en una verdad efímera, en lo lindo de un tiempo que jamas regrasaria. Se levanto de la silla y dejando atras su abrigo salio en camisa arremangada a la nieve. Atónita, Lucia no tuvo tiempo mas que de seguirlo con la mirada.

Cuando se encontró en la calle, la lluvia helada ya no era nieve mas lo parecía. Sintió que le habían crecido dos ojos gigantes en la nuca. Abiertos, conectados no al cerebro sino directamente al corazón. A diferencia de sus ojos normales que ahora le ardían por las gotas que se colaban por entre sus pestanas, los ojos inversos no veían la realidad. No les modificaba la vieja con su hijo, el piano que caía, la muerte de un transeúnte en un accidente de transito o la presencia de la manicura tratando de ponerle el saco sobre los hombros. Los ojos de atrás solo veían hacia el pasado. El pasado inmediato. A la manicura petrificada en un instante de hacia tres minutos y de ahi hacia atrás la involución de su tiempo, pasando por la manana misma de aquel dia, la mano en la espalda, la noche anterior y asi hasta el tarde de miércoles temprano en otono en que se habían conocido a la vuelta de la esquina de un callejón donde había una librería bastante pintoresca. Y luego, el pasado mediato. El de Maria, también siempre en el antes, mas aun siempre viva. Curiosamente los ojos la tergiversaban evolucionada, diferente a la manana del saco rojo; sin lagrimas en la cara, feliz, caminando por las calles de un Madrid abarrotado de turistas chinos. Sonriendo disimuladamente ante la alegria de la vida que se negaba a abrazar, como lo habia hecho siempre, como seguramente lo haría ahora. No sabia porque en Madrid, pero la imaginaban caminando lento hacia Cibeles, con un tapado marron que ella (la imagen inicial del pasado que los ojos al principio veian) jamas se hubiera puesto.Cerró los ojos (los de adelante) y se dejo trasladar a Madrid. No parecía hacer frió aunque la gente caminase abrigada. El ceceo de una pareja discutiendo en plena Gran Via lo retrotrajo a casa de sus abuelos, a su abuela gritando despacio a su esposo que viniera a comer; a su abuelo diciendo 'pues mujer' y reprochandole la no-necesidad del grito. Madrid estaba rara. Le faltaban transeúntes y autos; Gran Vía callada y ajena. Retumbaba solo el ceceo de la pareja discutiendo: 'Pues mujer, pues mujer, pues mujer'. De pronto habia saltado muchas cuadras y calles y estaba en puerta del sol sentado al pie de una estatua. Miles de turistas chinos le fotografiaban de pies a cabezas, pues mujer, pues mujer le decían todos los varones a una que parecia ser la fotógrafa estrella. Matias agachaba la cabeza, la hundia entre sus rodillas. Apretaba sus orejas con la parte interna de sus muslos, queria cerrar los ojos, abrir los ojos, volver de esa pesadilla a la que lo habian llevado los ojos del pasado y la cual no podia entender. Al sacar la cabeza de entre las rodillas, aturdido por la presión que había generado, silenciada la escena que solo sonaba a repetitivos flashes, la mujer.fotógrafa.estrella se había dado vuelta y tenia un saco marrón. El se ponía de pie y la rodeaba, mas siempre se encontraba a su espalda. Entonces la mujer se echaba a andar y el la perseguía por los recónditos callejones de una Madrid que se apagaba y se encendía de formas repentinas, mezclando dia con noche, luna con sol. En el instante en que finalmente las calles se hacían amplias y el se sentía mas lejos de la mujer.fotógrafa.estrella.china la mujer se daba vuelta y quitándose el saco le mostraba otro saco, ahora rojo.  Des-velaba también su cara que era de nina y luego de mujer y luego de madre y de abuela y de anciana y de muerta en pocos segundos. Cuando estaba por reconocer la cara de la difunta, la misma pudriéndose desde la punta del cuero cabelludo hacia abajo le levantaba los cinco dedos y la palma derecha y rotando sobre si misma se echaba a correr.

La manicura jamas lo había insultado pero no pudo contenerse ante su impasividad. <Adonde te fuiste pelotudo! Queres que te mate un auto?>. El bocinazo o el grito, el ruido o quizás el silencio inmediatamente posterior le habían hecho abrir los ojos, cerrar los otros. Estaba, ahora, en el presente y sentia mas nada que una vaga certidumbre: de allí en adelante no podría jamas olvidar a sus ojos de la nuca y mirar repetitivamente hacia el pasado. Ahora, solo debía figurarse como iba a hacer para que a aquel mundo, donde vivían sus muertos (reales y forzados), entrara mas antes que después, mas hoy que manana, la mujer que acababa de insultarlo por primera vez. Se volvió sobre si mismo y la encaró con una sola certeza, de algún modo cuando la alcanzara al otro lado de la calle iba a matar a Lucia. 

lunes, 1 de agosto de 2011

Short Yellow Dream

Short Yellow Dream

"A la voz francesa que inspiro este sueño, o al sueño que aun no he visto y quizás haya inspirado a la voz a cantar"

In the haziness of a monochromatic dream of old cities falling appart, while I stood in amazement and wonder with my eyes aiming at an elusive sun or moon, she whispered to me from the distance: <<Be in my way. Be my way. Let me be any way I am meant to be. Then, and only then, I will be your way, your way to see love, your way to feel joy, your way to a happier way of living everyday...>>

It must have been the confusion of a dreamed world, the impersonality of my face or the gust of winds mixing with the destructive noise of the desintagrating buildings of sand and water what made him think that my shout was a whisper, that my words were in english. Through the disappearing sound of the cords of my dying guitar, sitting in the midst of a vanishing unreality, while he stared at a veiled moon, I shouted to him from the back of my heart, the top of my loud crying voice: "Eblouie par la nuit à coup de lumière mortelle; A-il aimé la vie ou la regarder juste passer?; De nos nuits de fumette il ne reste presque rien; Que tes cendres au matin; J’t'ai attendu 100 ans dans les rues en noir et blanc..."