jueves, 5 de enero de 2012

Cientosesentaytres imágenes



Cientosesentraytres imágenes 


Tenia 163 tatuajes, o eso me dijo cuando la conocí. Anna paseaba su cuerpo negro pero blanco por el espacio como si fuera todo suyo. Nada podía interponerse en su camino. Salvo que ella quisiera. Había trabajado en aquel lugar 271 días pero ya no lo hacia. Ahora, porque quería, se dedicaba a dibujar, a diseñar, a hacer lo que su verdadera pasión le dictaba. De cuando en cuando volvía para sentirse una parte de lo que ya había abandonado; me dijo. Como cuando volvemos a la casa de nuestros padres y entramos en nuestra vieja habitación para encontrar solo el recuerdo de lo que alguna vez fue, pensé. La mire a los ojos y me olvide de sus tatuajes. En lo profundo del vacío blanco tapado de circulares rayas verdosas/negras/marrones vi tatuada su esencia, vi el miedo a la vida, el amor al todo y a la vez la nada, la repulsión por la superficie, la muerte misma enredándose en la acera de la casa donde de vieja había de perecer. Le pregunte que hacia en aquel lugar y me contesto lo que todos: Estoy. Y espero. Espero a que algo mejor me mueva el bote, me dijo. Espera a que el amor de un hombre le arranque el corazón y se lo lleve consigo a otra parte; pensé.


Estaba apoyada contra el vértice de una columna con la displicencia de quien se sabe por encima de la situación. Brazos cruzados, mirada por encima de su horizonte. Conto-me una historia poco creíble de un artista callejero que, cansado de escribir cosas con significado, decidio pintar toda su ciudad de blanco. Cuando hubo acabado con el ultimo ladrillo manchado de impureza diose cuenta que había creado algo tan perfecto como aterrador y decidió llamarlo bajo el nombre de la mujer que amaba. Presa de la desesperacion la mujer (que se consideraba cualquier cosa menos perfecta), en el afan de demostrar la falacia de la ciudad llamada Guadalupe, decidió suicidarse. El hombre, entonces, re-pinto cada muro con un diferente y colorido graffiti. Cada uno con un oscuro significado. El ultimo que se le conoció decía: “Idiota es el que cree que por la fuerza de su pincel, su pluma o su espada puede cambiar el verdadero curso del destino”. Luego desapareció por completo. Lo tenia tatuado en el antebrazo izquierdo y pude leerlo a pesar de los intermitentes flashes de la noche: “Idiot the one who believes…”. Se dio cuenta y dijo mirándome directo al corazón: That was my first tatoo. No pudieron mis manos mas que abrazarla.

Abrazado a Anna, asi como quien no quiere la cosa, me encontró la noche de la desidia. Cuantos ojos hay en esta noche mirando a la nada, me dije, y los cerré. Entonce ocurrió lo increíble. Centímetro a centímetro mis manos comenzaron a recorrer sus hombros y luego su espalda, sus triceps y luego sus antebrazos, sus pechos y luego su cuello. Recordaron cada una de las palabras e imágenes que su piel cubrían. Separando el humo del ambiente de sus poros rellenos reconocí en su hombro a Victor Hugo y vi en su antebrazo la magia irreal del cristo visto desde arriba de Salvador. Debajo de sus clavículas el hombre viejo de Lao Tse me hablo a la yema del índice y me dijo que el secreto era esperar, jamás desesperar, siempre esperar. Uno a uno los hice parte de mi memoria. Betty Boop cantando una canción de amor y Monroe diciendo cuan difícil ella era. Borges hablando del tiempo y un circulo maya desafiandolo todo mas allá del 2012. Los dos tatuajes parecian de la mano. A través del lateral de su torso me encontré con Hesse, con Ihenga y con Focault. ¿Puede extrañar que la prisión se asemeje a las fábricas, a las escuelas, a los cuarteles, a los hospitales, todos los cuales se asemejan a las prisiones?. Le pregunte si realmente creía que su cuerpo era la prisión de su alma. La imagen de Platón tatuada justo debajo de la muñeca y la sonrisita cómplice me lo dijeron todo.

<<Anna, quiero decirte que>> Fue lo ultimo que me acuerdo haber dicho aquella noche. Nada mas nada menos. Por 162 días lo único que recordé después de Platón fue eso. Quería decir algo que por alguna razon se escondio detras de las paredes de mi entumecida memoria.

Esta mañana, cuando atrás habían quedado 162 noches olvidadas sin desperdicio, me levante y mi mano derecha recordó todo. Mire mi palma negra y lo vi con claridad. Había yo recorrido aquella noche cada una de sus frases de Cortazar y de Mann, cada una de las replicas de Banksy y de Quino, cada uno de los retratos de Marley y de Ghandi, de Ravi Shankar y de Teresa cuando pude procesarlo con claridad. Había yo transitado sus ríos de vida/muerte/vida/muerte/amor/odio/amor/odio/risas/llantos/risas/llantos/miedos/seguridades/miedos/seguridades cuando encontré entre la parte posterior de su muslo izquierdo y su gemelo un vacío inconmensurable, un río en medio del desierto. Sorprendido y curioso decidí cruzarlo a pie y sin salvavidas. Salí ileso al otro lado de la barranca y sentí que había-le dado la vuelta al mundo. Allí abajo, en lo mas Austral de su ser caminaron mis dedos sin descanso por horas y horas. Casi exhaustos y desolados estuvieron por retirarse hasta que, escondido detrás del lado de la pantorrilla donde jamás da el sol; encontraron un contorno negro vertical. Siguieron su rastro hasta que la línea negra se bifurco en una perpendicular y otra que continuaba vertical. Siguieron derecho hasta el final y luego volvieron a tomar la perpendicular. Cruzaron el corazón del tatuaje y se encontraron con otra vertical. La siguieron hasta arriba de todo y luego hasta abajo. Cuando tomaron distancia, en el talón de Aquiles de Anna vieron gigante, mis dedos, la H. No pudieron entenderla entonces, mas la recordaron. Y luego de 6 meses y una semana la entendieron ahora. La entendieron mis yemas, la entiendo yo. La entiendo, recien esta maniana tibia en que el sol le ilumina la tinta violeta por debajo del pelo recogido y en que yo, metiendo-me con la mano por debajo de las sabanas hasta tu talón de Aquiles te beso en el hombro la insignificancia de Sabato. Es que entonces, me doy cuenta que el destino había unido a tu punto débil con el comienzo simple y mudo de mi nombre; te habia unido con la H silenciosa que me decía que, de allí hacia el futuro, mis dedos callados y mis ojos cerrados habrían de amarte, mas alla de los flashes de aquella noche de Enero, de una vez y para siempre.