viernes, 30 de noviembre de 2012

Columpios

Columpios


"Y de arriba ibamos hacia abajo, y de abajo hacia arriba, siempre mirando hacia adelante; eramos chiquitos, solo nos columpiabamos, no sabiamos aun, que aquel juego era, una metafora de la vida"

Hay cosas que el tiempo no puede destruir, objetos-noobjetos que por su sencillez resisten las lluvias y los zondas, el sol, la noche y el frio, los vendavales de la tierra y el mas alla. Cosas-nocosas que ven pasar anios, generaciones, parras y flores de jazmines que brotan y se caen y vuelven a brotar; que ven pasar un balcon vacio lleno luego de tierra y que la lluvia, esporadica pero furiosa, limpia y vuelve a ensuciar. Ven pasar cientos de bicicletas tristes en desfile funebre hacia una habitacion llena de bovinas que son la piedra angular de la historia de una familia mas entre tantas otras familias indestructibles entrelazados alambres de cobre. Y ven pasar los silencios largos de noches solitarias, el eco despues del eco de los gritos de hijos de hijos de hijos que estrellan almohadones contra una ventana de marcos verdes mientras se esconden detras de camas vestidas de tablero de ajedrez. Cosas-no cosas que ven pasar. Ven pasar que pasaras, y que pasare, que todos sin excepción alguna pasaremos. con la altanera certeza de que ellas quedaran, por siempre quedaran. A esas cosas, cadenas sosteniendo una tabla, sogas que unen a los inocentes con la ilusion de un primer escalon hacia el cielo, las llamamos columpios, y las colgamos de una parra, sabiendo que a pesar de nosotros mismos, a pesar de todo lo que pase, cada vez que algun efimero pasajero desee sonreir, para hacerlo esporadicamente feliz, ahi seguiran estando.

viernes, 28 de septiembre de 2012

Carta 10

Carta 10

"Todo lo que uno percibe, empieza en uno mismo"

Bellamia,

Creo que deberías saber que odio el guiso de lentejas y las miradas compasivas, la ley del menor esfuerzo y las mujeres que pretenden tener mas que ser, los ejercicios abdominales y las aguas vivas, el olor a viento del norte, las masas finas, la ropa que ha estado guardada, las injurias en el idioma propio, los cotonetes, las espátulas derretidas, el agua que no corre, los tenedores de plástico, los pies transpirados, el trafico de las 7am... Pero mucho mas odio escribir por impulso. E igual lo hago.

Te escribo por impulso ahora, sin pensar, sin releer; por energía cinética propia.

Hoy me ha atormentado una sola y absurda idea durante la tarde entera y también la noche. Es este maldito numero 10 (el de la muerte y no la suerte) el que ha forzado a mi mente a través de este oscuro laberinto. He pensado, la tarde entera en que es lo que pasaría si, en realidad, no existieras, Bellamia, Te imaginas algo mas absurdo? Que pasaría si en realidad tus dos manos sosteniendo una pequeña cartera de cuero marrón por debajo de tu vientre no fueran mas que un producto de mi imaginación? Que pasaría si no fueran reales tus labios gruesos sonriendo-me por la mañana o el terso de tu espalda hablando-me en silencio? Que pasaría, Bellamia, si el lunar pequeño y gris que vive debajo de tu seno derecho no fuera sino una mancha en mi gris subconsciente; sino existiesen tus polleras largas rosa, ni tus botas marrones de invierno, ni esas camisas blancas que tan bien te quedan? Sino existiese tu mal humor los domingos, ni tu voz suave, ni las empanadas de carne que tan bien te salen. Que pasaría si, en realidad, no fueses mas que un montón de piezas de un rompecabezas que nunca se juntan; una imagen de mil imágenes. Que no es una sino mil. Una sumatoria de ideas de mi mente; una falacia? Como lo asumiría?

He cogido las llaves del auto y me he echado a andar por una larga autopista. Hay veces que alejando-se físicamente uno logra alejarse de una idea. No ha sido esta una de las veces en que tal insensatez ha prevalecido. La idea de tu posible inexistencia me ha perseguido a través de las luces del camino hasta que se ha hecho oscuro, hasta que no han quedado mas autos, hasta que no ha sonado mas música, hasta el azul profundo de una ruta en la que nadie maneja, hasta este estar apoyado en este capo de auto, fumando; entre calmado y adormecido.

Es el miedo el arma psicologica mas destructiva y a la vez mas con-movedora.

Sentado aquí entre los grillos y el deseo de rugir de este V8 en punto muerto, yo-estoy a-te-rro-rizado.

Quizás este exponencial temor me mueva a buscarte o quizás me paralice como el arma que detiene al corazón de un solo puntazo. Solo te pido algo con el corazón en la mano que no sostiene el cigarro:
Si por una de esas casualidades que el universo suele regalar-nos, las piezas del rompecabezas se han juntado y me miran desde la tabla de trabajo impasibles;  si me estas leyendo desde algún punto remoto de esta existencia, devuelveme una levemente perceptible señal. Señal de que esta busqueda no es en vano y de que el final del camino no será, como el final de esta autopista que ha toda velocidad he recorrido, un punto intermedio, oscuro, tibio como el capo de un auto. No sera un instante en el tiempo en el que no quede otra que, resignandose a la impropia suerte, sentarse a fumar un pucho, antes de pegar la vuelta.

domingo, 9 de septiembre de 2012

La balanza de la Nona Precedes


La balanza de la Nona Precedes

Creo que la nona se llamaba Precedes. Y si no se llamaba así, mi mente la he puesto ese nombre por que para mi, esa viejita, tierna como la recuerdan mis ojos ahora mucho mas estriados, es el antes del antes, el preceder del ahora de cuando yo empecé a entender que era el ahora. Una vieja de las de antes; encorvadita, con lentes de pasta y el pelo atado atrás, gris siempre gris. Cargando cada arruga con el peso que las arrugas dan al alma, con la importancia que dan al saber; sin ocultar jamás un defecto; llena de ser. Italiana o hija de, la vieja estaba hecha a prueba de balas; uno de esos de nosotros que con su constancia por aferrarse a la vida, desafían el concepto mismo de tiempo. Sobrevivió cinco operaciones, le cortaron una  pierna, su cuerpo que se iba doblando cada vez mas por la fuerza de una gravedad que con el paso de tanto tiempo comienza a querer aferrarnos al suelo, parecía querer convertirla en un caracol. Pero siempre seguía; un día mas y después otro día y después otro día. No me acuerdo mucho de como era ella mas allá de ella, solo que hablaba poco (con el tiempo tiendo a pensar que lo justo y necesario) y que por mucho tiempo durante el cual yo tuve memoria, la nona Valtolina (así si que la llamábamos) andaba con un andador, que vivía en un lugar que se llamaba, se llama y se llamara: Barriales (probablemente porque la lluvia levantaba allí un olor a barro que penetraba las narices y el viento una tierra que penetraba los ojos). Y recuerdo, también, que en el frente de su casa había una  despensa “Valtolina”. Y en el fondo un loro. Y ahora también-tanbien, me acuerdo de su balanza. La balanza Laica.

De Barriales si me acuerdo mucho. Me acuerdo que fue el lugar donde empecé a creer que subir y bajar las compuertas de las acequias era el trabajo mas importante del mundo (y probablemente allí lo fuera) y que tenia una plaza con columpios en frente de la casa de una de las miles de tías, primas de mi abuela (creo que esta se llamaba Porota, si rían) que allí vivían. Y que nunca en la puta vida a pesar de los gritos y llantos y pataleos, mi viejo se digno a detener el Coronado verde, ni después el Duna rojo, ni mi abuelo su 12 blanco, ni después el gris para que bajasemos a columpiarnos. Un día voy a volver y me voy a hamacar en ese columpio con toda la bronca, lo prometo mordiéndome el índice de la mano derecha. Creo que muchas de las otras imágenes que mi cabeza guarda de aquel Barriales son de Macondo, el pueblo que un genio invento y que yo fui poblando alrededor de la casa del tío Abel, a media cuadra de la esquina de la despensa, al frente de la calle de tierra. 

En Barriales pasaban cosas raras, los gatos se comían a los perros (o eso me hizo creer alguien porque no había ni un can) y el tiempo parecía pasar mas despacio que en cualquier lugar del mundo. Corrió la versión en mi mente años después de haber visitado el lugar por ultima vez de que por eso la nona había vivido noventa y pico años. Es un truco, pensé, si a razón de cada minuto, la nona ha vivido unos 45 segundos porque el tiempo es mas lento, en vez de 90 y pico en realidad había muerto como a los sesenta y algo. De grande abandone la mágica idea por inverosímil. O quizás por imbecil.  La cuestión es que, a mi me encantaba subirme al auto y emprender el largo viaje a Barriales a través una larga autopista que se terminaba en ese mas allá llamado Buenos Aires. Pasando Guaymallen, empezaba a sentir que detrás del asiento negro de Daniel, con los ojos clavados en la ventana gigante (y no mas allá) iba yo solo, como adentrándome en un túnel hacia el pasado de ayer; hacia lo que yo deseaba para el futuro. Y esperaba que bajásemos en el cartel herrumbrado que decía Rivadavia, y que mis ojos comenzaran a ver a través de la ventana, y que anduviéramos entre los Álamos cansados; por las calles que cada vez se hacían mas viejas hasta llegar a la tierra, y a las viñas débiles al costado del camino y a la imagen a lo lejos del lugar de fantasía, siempre en la misma esquina, tapado siempre por el mismo polvo que ahora levantaban los autos y otrora los caballos y antes que ellos los hombres de a pie; la Despensa Valtolina.

Corríamos adentro y después de saludar rapidito, como quien no quiere la cosa, nos íbamos todos a jugar a que vendíamos y comprábamos. A mi me encantaba ser jefe, yo no quería estar en el trato con la gente; pero me imaginaba con un mameluco y una boina, dirigiendo desde atrás, agachado acomodando cajones, gritando “vieja” hay un cliente. De vez en cuando entraban clientes de verdad, y nosotros nos paralizábamos. Era como que hubieran invadido nuestro territorio sagrado; como cuando un extraño se nos aparece en un sueno en el que todo, hasta alli, estaba premeditado. Yo no era ningún santito de chico y mis hermanas y primos tampoco; por eso nos robábamos caramelos creyendo que los grandes no se daban cuenta. Siempre creíamos que los grandes no se darían cuenta (como el dia que rompimos los vidrios de un pelotazo desde adentro y ‘plantamos’ una piedra del lado de adentro; obviamente olvidándonos los vidrios, del lado de afuera). Pero los grandes si se daban cuenta. Porque los grandes eran grandes y nosotros chicos. Porque cometiamos errores infantiles como robarnos caramelos media hora, y encima comerlos, y aparecer en el comedor con el inconfundible olor a aniz, en la boca, en las manos, en la cara, hasta en el pelo. Vos te sacaste un caramelo de la despensa? Si pudiera describir la mezcla de culpa, picardía, intentodementira complicidad y ternura que disfrazaba nuestras muecas desataría hasta mi propia risa.

Un sábado por la tarde, cuando ya teníamos como cinco o seis años, la viejita de las mil arrugas, que sabia de nuestras incursiones de manos largas, nos preparo la trampa que hoy me lleva de vuelta a Barriales. Ese dia llegamos y repetimos el ritual de saludar rapidito, y de volver sobre nuestros propios pasos derecho a la despensa. <<Si que desea senior>>; un kilo de yerba, dos cigarrillos sueltos, ciruelas una bolsita y…mate cocido, tiene? <<Sicomono, acaestatodo son doce mil setecientos australes>>, contesto mi hermana mayor que siempre le vendía a mi primo. Pero cuando ‘eljuampy’ estaba por hacer de cuenta que se iba del negocio para volver a entrar y pedir algo diferente, yo me di cuenta que no habíamos saludado a la nona. <<No estaba>> me contesto mi primo; <<debe estar durmiendo la siesta>>. No terminaba de pronunciar la ultima a cuando la vieja entro despacito por la puerta del frente; en parábola hacia el suelo, mirando hacia abajo. Y cuando casi salimos corriendo para adentro creyendo que era un cliente, levanto la cabeza y nos mostro por primera (y ultima vez que yo recuerde) una desperajemente bella sonrisa; y levantando la mano derecha dijo: <<Señorita; tiene caramelos media hora?>>. Los tres nos miramos cómplices. El tiempo se hizo mas lento que lo que ya era hasta casi detenerse; hasta casi expandirse como una inmensa piñata que se infla en la antesala de un cumpleaños. Yo crei que la escena jamas se reanudaria; que quedariamos petrificados hasta la hora de irnos, pero mi hermana contesto con natural sonrisa de pecas picaras: <<si señora cuanto quiere?>>. <<75 gramos>>. Y los varones, que no sabíamos lo que era un gramo, nos miramos, y mi hermana agarro el frasco inmenso de caramelos y, cargándolo con las dos manos, en canasta, a riesgo de reventarlo contra el piso, lo llevo hasta al lado de la balanza roja ‘Laica’; el nombre grabado en mi cabeza como si lo hubiera escrito ayer mismo con la pluma que ahora sostengo. Y le saco la tapa, y se apresto a meter la mano. <<Espere un segundito>> ininterrumpió la nona; <<vamos a hacer un trato; joven usted venga>> me miró en la distancia atrás del mostrador <<meta la mano bien adentro de este frasco>> su rostro recuperaba la lucidez de sus mejores años << si saca 75 gramos justos, va a recibir una sorpresa>>. Entonces, yo metía la mano y sacaba un puñado y lo ponía en la Laica agotada de pesar yerba suelta y  pan rallado. Y ninguno de nosotros sabia leer pero la viejita sabia, siempre nos decía lo mismo; <<uy justo 75; justo, muy bien joven, usted es un afortunado, solo los chicos buenos pueden agarrar justo 75; pronto va a recibir una sorpresa>>.  <<Yo tambienyotambienyotambien>> al unísono; los no elegidos pedían que fuera su turno y el ritual se repetía uno por uno, hasta que todos nos sentiamos los mas afortunados del mundo. Pasaron los años y cada vez que íbamos a la despensa la Nona Precedes aparecía de igual forma, por la misma puerta y repetía idénticas palabras. Su tiempo se fue acortando y nosotros nos fuimos haciendo grandes; y aprendimos los números y poco a poco la complicidad de la historia se invirtió. Y cada uno de aquellos sábados que no fueron tantos, ni tan pocos, nos dejo una sorpresa diferente en el bolsillo del saco o arriba de la mesa con un papelito con nuestro nombre. Fueron los media hora y palitos de la selva y chocolatines con los papeles de colores y animalitos y hasta alguna vez un alfajor cabsha que jamás tuvimos que volver a sacar sin permiso; porque a los chicos buenos siempre les espera una sorpresa.

La ultima vez que la Nona me peso ‘75 gramos’ de media hora yo tenia 7 años y corría 1990, el año de “atajo Goyco” y las patillas crecientes. Hoy tengo 30 y  Goyco y ‘el turco’ son personajes en el ocaso de mi memoria. Pero me acabo de sentar en un café de Paris, y cuando he pedido a la moza en mi francés rústico un cafe bien caliente y levanto la vista, veo la balanza  roja ‘Laica’ clavada en el 75. Entonces, mientras recuerdo todo lo que ahora cuento y dudo sobre si voy a escribirlo; se larga a llover finito y suave y se levanta un extrañó olor a tierra húmeda. Yse abre la puerta, y entra una señora mayor, de mil arrugas y andador y yo, despacito, con la desesperada parsimonia del que se apresta a volver a su patria, me pongo “la canadiense” y guardando la libreta en el bolsillo de adelante, apuro el paso hasta la mesa del comedor de la casa detras de la despensa Valtolina, seguro que este sábado a la tarde, junto a un papelito con mi nombre, la Nona Precedes me dejo una sorpresa. 

martes, 19 de junio de 2012

Envole-toi; mon amour


Envole-toi; mon amour

“Allis Volat Propris”

Intima enemiga de las miradas precisas, hija prodiga de la atención permanente de un universo a los pies de sus pies; dándole a todos la espalda, como si sus omoplatos fueran las comisuras de sus labios, sonriendo en secreto, ocultándose a tiempo, sin que los demás pudiésemos darnos cuenta, saco dos alas-dientes y sonriéndole a  un mundo que detrás de ella se apagaba; se echo a volar. 

jueves, 5 de abril de 2012

Meeting Place

Meeting Place


¿Por qué persistes, incesante espejo? ¿Por qué duplicas, misterioso hermano,
el movimiento de mi mano? 

                                                                               Jorge Luis Borges


Through the silence of a motionless image she secretly revealed to him that a smile could excise, limb by limb, each part of the humongous body of the universe. As he continued to look at the print, each of the scales of greys and whites commenced to fade away and with them her hands and the ring and the tiles of a room that was soon to disappear as well. And as the paper disintegrated, when the whole universe was made of two white rounded teeth and the incommensurable smile owned every molecule of the space and every second of time, he noticed that the picture was a mirror and that her smile was his happiness.

viernes, 30 de marzo de 2012

Carta 8 - El Instante




Béllamía,

Pasa el tiempo de esta habitación en silencio y la aguja del reloj de pared taladra acompasandose con el rugido de las teclas de esta olivetti que te escribe y tacha, te escribe y tacha, te escribe y xxxxxxxxxxx. Tachando hemos andado una infinidad de veces todos; vos, yo, mi madre, mi padre, mis hermanos, el carnicero de a la vuelta que re-empezo la vida luego de ser zapatero y carnicero y zapatero otra vez. Empezar, re-empezar, detenerse, continuar. Mientras pienso en estas palabras me doy cuenta que la aguja ya no taladra y que mis dedos bailan sobre las teclas de la olivetti como una novia baila por ultima vez en la noche de su boda. El tiempo se ha detenido, o quizas no, en las 11y59y41 en cada reloj de cada pared y muneca y mesa de luz de esta casa y de cada una de las casas de este barrio en silencio y de este Tokio vibrante que mas alla de las paredes de mi barrio tiembla con el latido de su propio corazon excitado, la frenetica gente de la cual sus espacios se componen. Porque sera que los relojes estan siempre en las paredes o sobre los muebles o en las muñecas de los brazos, accesibles. Seria fabuloso poder ignorarlos; obviar su pulso, hacer la vista gorda al paso de un tiempo prefijado por nosotros y nadie mas y burlar asi a la tristeza y al envejecimiento; sonreir en sus caras con aire de padrinocappomafia, de nopuedesmasquemirarmesintocarme. Todo se reduciría a un instante, te das cuenta? Un instante que seria el ahora de ahora y el ahora de antes y de despues y la suma de todos los ahoras que no son mas que el mismo instante en que nacemos y morimos y nos casamos y vemos parir a nuestros hijos y a los hijos de esos hijos. Un instante perfectamente redondo, sin error alguno. Un instante que nos revelaria a los ojos de los demas como seres felizmente empecinados en el vicio instantaneo (y por ende eterno) de vivir el instante.

Me siento tentado de salir de la casa y encontrar todo como una polaroid mientras se seca, mostrar a mis ojos la escencia del mundo mientras este se me revela. Pero me detiene la inercia, la misma inercia de introversion que previnome de hablarte en un recital de rock en el que bailamos ajenos aun sabiendo sin saberlo de la presencia del otro. Es que no nos conociamos entonces, como no nos conocemos ahora. Como no conozco a este Tokio, como no conozco a este mundo, como si conozco la inercia. Por ese entonces, como ahora, nos quedaba mucho tiempo; a mi, a vos, a Tokio, al mundo.
Las letras de la Olivetti me miran perplejas mientras intento decirte lo que ni yo entiendo. Mas en un acto de desinteres supremo (o quizás de amor, que por mi parte podría ser lo mismo) siguen bailando con las yemas de mis dedos que jamas se gastaran ni un poco; que seguiran teniendo su esencia mas alla de las paredes y las munecas y los muebles que yacen debajo de las agujas que sin moverse de encima de ellos, dia a dia giran y giran; que por siempre bailaran sobre el negroblanco de esta maquina a la que dan oxigeno.

Tengo los ojos cerrados para vos y deseo que te vuelvas la superficie de una tecla negra para poder rozarte, Béllamía. Para poder pulsarte y entender tu accion y tu reacción, tu ida a fondo y tu vuelta mas lenta; para saber de que manera dibujarias un caracter perfectamente plasmado sobre el papel y cuando te tornarías una borrosa mancha de tinta negra.

Sabes que me gustan mucho las historias, lo podrás haber deducido a esta altura de las cosas. Imaginame entonces, Béllamía, con los parpados apretados como yo te imagino ahora en una de mis historias. Como yo intento transformarte en parte de la tinta que fluye de mis venas. Estas aqui metida pero no te veo la cara porque en esta historia no estas superpuesta sobre las imagenes. No se si tu pelo es lacio o corto o si tu tez es oscura y tus ojos miel y tu sonrisa blanca. Es que en esta historia, que en realidad te pertenece, tu presencia estodovoz y por ende todo armonia. Y mientras la historia (se) me va ocurriendo, vos desde algún paraje remoto, me la vas contando, palabra por palabra, letra por espacio por espacio por letra.

Es la historia de un hombre anciano, de cabellos blancos y pulso firme que escribia en una maquina durante 207 anios y 64 noches. Confinado a su cuarto oscuro y a su vela incandescente, el hombre descubria que reproduciendo palabra por palabra el dia que le habia precedido, su vida se hacia siempre un dia mas largo, y lograba vivir siempre en el verdadero y único ayer; con conciencia absoluta derrotar al tiempo; erigirse en inmortal. Mas, a medida que iba perdiendo interes por las cosas del mundo, el hombre se dedicaba solo a escribir lo que ocurria en su mente. Cada dia agregaba un nuevo pensamiento al del dia anterior que debia reescribir por completo. Exhausto, la noche 64 del anio 207 el hombre de la historia descubria que al terminar de escribir sobre el segundo 41 del minuto 59, solo le quedaban 19 segundos para agregar su ulterior pensamiento y comenzar a escribir de nuevo. Miraba entonces al reloj y notando que este se habia detenido, decidia levantar los dedos de la maquina. El tiempo se reincorporaba y el hombre sonriendose a si mismo (o quizás a las agujas) dejabase vivir en paz sus ultimos 19 segundos.

Miro yo ahora al reloj de esta habitacion a la que me he confinado, Béllamía y mientras comienza a moverse y la aguja finita traspasa el diez y se mete entre si y el 11, comprendo la enseñanza de la historia que has venido, de algun modo a contarme: El tiempo no puede detenerse, mas si aprovecharse. Y es equivocando el camino del instante, abandonando la primavera anterior, viviendo esa leve electricidad de la angustia que sigue al equivoco, como el tiempo realmente se aprovecha. Afuera de esta vela y de estas teclas de esta Olivetti que siempre querrá bailar conmigo, en la cual una tachadura no es un error sino un paso diferente, está el barrio y Tokio y la gente y hasta quizas estes vos con pelo y cara y boca y sonrisa y mucho mas que una simple voz perfecta; esperando a que me equivoque de nombre o de calle o de banda o de silencio en un concierto. Voy a ponerme un jean una camisa y el perfume que siempre crei que te gustaria, Béllamía, y voy salir a la calle sin la Olivetti ni la vela que ahora esta apagada. Voy a correr a llegar un segundo demasiado tarde, a insultar al mas grandote de la sala, a cantar la letra a destiempo, a bailar lejos de tu presencia que quizas otra vez ignore, a que se yo cuantas otras cosas que mañana podre contarte. Enfindenuevo, como hacia antes de antes, al oeste de las 115949momentodeesteinstante, voy a salir contento, corriendo adentro de este ignoto punto del mundo que esta al este de mi vida, a volver a equivocarme.

jueves, 15 de marzo de 2012

Carta 7


Carta 7

Béllamía,

Acabo de abrir los ojos con un profundo dolor en el pecho atravesándome hasta el omóplato como una espada que atraviesa una sandia. Paso a paso, al ritmo de mi respiración pesada, he reconstruido mi noche de en-sueño a la búsqueda de un culpable de este dolor molesto que por momentos se vuelve agudo y que presiento es el eco perdido de algún grito lejano que lo despierta de a ratos. No lo he encontrado. Anoche, mientras vos estabas en algún remoto espacio que me es ajeno, soñé que, durante tardes enteras, miraba al sol pender sobre el hueco (que algunos llaman valle) de dos montañas lejanas. La escena rebalsaba de amarillos y naranjas y ocres aunque mi mente sabia que el cielo debía ser celeste, el agua turbia y la copa de aquel árbol (el de allá abajo a la derecha) verdeovioleta según primaveraoverano. No había sonido alguno, mas no puedo distinguir, ahora por la mañana, si la escena era muda o si efectivamente he olvidado las melodías. ¿Por que será que los ojos recuerdan mas que los oídos y la nariz mas que los ojos y la boca, por su parte, nunca olvida? ¿Por que será que el olor de un pullover guardado en un cajón tiene el poder de trasladarnos a la infancia y el sabor de un par de labios rojo intenso a la otra punta del globo que visitamos hace ya tantos años? En el sueño el Sol latía y yo me acaloraba y desacaloraba con cada extensión o contracción de su pecho como si abrazase o soltara un gran globo azul de aire caliente. Lo curioso es que jamás se hacía de noche. Como si estuviesen pasando diapositivas en una Prestinox,  a cada intento del sol por comenzar a cambiar de posición respondía la imagen reiniciandose en el mismo puntoinmediatoanterior. Un infinito time-lapse de la misma foto. El tiempo se movía con la cadencia de mis parpados que ahora, a cada abrirsecerrarse, sincronizaban con el latido del sol y con el paso de las diapositivas. Un deshacerse y rehacerse que intentaba evadir toda medida de tiempo. Decidía entonces, yo, desafiando la dificultad, intentar contar las reapariciones. Cada escena seria un día. No sé cuanto me llevo encontrar un método para contar los latidos porque mi memoria parecía resetaerse a cada latido. Deben haber pasado años hasta que logre ganar conciencia del tiempo en sentido real, es decir conciencia de uno mismo, de mi mismo. Fue al fin del día 7638, que note, justo en el momento que arrancaba el día 7639, que no podía ver parte alguna de mi cuerpo. Sabia a cada parte presente, mas mis manos no sentían el tacto ni mi nariz alcanzaba olor alguno, el gusto en mi boca debe haber sido a agua o aire. Solo mis ojos clavados en el sol adyacente podían ver recto en línea directa. Por eso la falta de percepción, por eso el silencio. Atormentado por la repetición infinita; comenzaba a planear una estrategia para mantener los ojos cerrados. Pero el tiempo entre cambios era demasiado corto. Cuando intentaba la segunda premisa de mi plan la escena había vuelto a cambiar. Así, en mi intento por cerrar los ojos me olvidaba del método para contar días y caía en una espiralada regresión al momento mismo en el que el sol aparecía frente a mis propios ojos. Entonces, cuando estaba yo listo para rendirme, cuando ya no quedaba parte de mi voluntad dispuesta a revelarse contra la inmensidad de la falacia en la que me encontraba atrapado, comenzaba a sentir un fuerte Shamal de frente erosionarme la vista. Paradójicamente, la secuencia sol-parpadeo-mismosol-parpadeo-mismosol... se detenía por el movimiento que generaba el viento, y la bola de fuego comenzaba a velarse por pequeñas partículas de arena que, ahora me daba cuenta, no fluían traídas desde el frente sino a través de la corriente que el vendaval generaba en los huecos de mis ojos congelados (vaya paradoja) contemplando el espectáculo de su propia paulatina desintegración. Los ojos, asi, se desgranaban poco a poco como un terrón de azúcar entre dos pulgares hasta convertirse en dunas de arena cayendo cual alud del desierto por los huecos de mi craneo, caraadentro. Comenzaba, yo ya hombre (o proyecto de hombre) en aquel momento, a sentir los pómulos y los pies y el estomago y el pubis y los omoplatos y los codos. Y cuando las dunas terminaban de desintegrarse y vaciabanse mis profundos pozos oculares ahora mas profundos que nunca por el vacío de su existencia, metía mi mano izquierda recién aparecida en la boca igualmente joven y sacaba esto:
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¡              ¡
¡             ¡
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¡………..¡
¡ …………¡


Estoy buscando el reloj de arena en mi cama y no lo encuentro, Béllamía. En su lugar este dolor en el pecho atravesándome, espada, sandia. Me pregunto si el dolor reside en el tiempo o si el tiempo reside en el dolor ¿o es que son sinónimos? Me pregunto porque hemos de sentir dolor o quien nos endilgo la idea de que para saber gozar hay saber sufrir  ¿es decir saber doler? Yo quiero ser feliz, Béllamía. Feliz sin limites, feliz sin dolor. Y la ausencia de dolor se relaciona, esta mañana, en esta cama de sabanas blancas con encontrar un reloj de arena real, tu presencia en mi almohada.


Dejame contarte una historia que quizás encuentres interesante. Caminando por las calles de Mumbai el otoño de hace unos 6 años, vi cientos de personas tiradas en el borde de la acera. Parecían dormidasoadormecidas; como rendidas al paso de una vida sin esperanza. No parecían sentir dolor alguno porque, quizás (pensaba mientras caminaba y mi cabeza se mantenía rotada de su eje) no conocían ni el meñique del pie derecho de la felicidad. De repente, distraído, chocaba con la puerta de un templo y me adentraba en una casa de estatuillas de colores y citaras y hombres cubiertos con pedazos blancos de telas de algodón. Olía fuerte a humo de los montes, o como suelen llamarlo: inciensos. Sabes bien que no se mucho de religiones pero creo que el templo era Budista (aunque buda sea gordo y la central estatua grande acostada al fondo –o el frente- del templo fuera flaca). Que obsesión tenemos, aun a los dioses, los hombres con materializarlo todo, pensaba aburrido con la mano semi perdida y la mente envolviendo de la cámara el lente, cuando se me acerco el de piel pequeño hombre quebrada como una naranja sonriente. Su corto brazo mi espalda tuvo que estirarse para cruzar y agarrar con su mano izquierda mas lejano mi otro brazo, debajo del cual esta mañana me duele el pecho. La cuestión es, Béllamía, que el hombre y yo, sin mediar palabra alguna nos sentamos coordinadamente en el suelo. No sabia que esperar cuando inclino su cuerpo hacia el mío, y con la misma sonrisa que al recibirme, clavo sus dos pulgares en el centro de mi esternón. La presión y la asfixia inicial fueron casi insoportables. Mas mi respiración fue adaptandose al peso de sus dedos y cuando estuvo lo suficientemente relajada para borrar la asfixia, el retiro sus manos y las llevo a una cajita de metal brillosa que guardaba celosamente entre sus piernas en canastita. Saco una aguja y clavo su mitad en la planta de mi pie y luego otra en mi brazo y en mi panza y en mi cuello. No sentí absolutamente nada. Ni siquiera sorpresa de no sentir nada. Comprendí que el hombre me estaba mostrando, a su manera, que el dolor residía solo en mi mente y que si lograba calmarlamente, el dolor desaparecia. Por eso me había hecho mal a proposito al principio sacándome el aire. Siguió sin decirme palabra alguna y retiro una a una las agujas con paciencia de costurera antigua. Cuando hubo sacado la ultima me miro como los ojos silenciosos del medico miran al recién nacido. Sin decirlo, me estaba diciendo: “yo te he traído a la vida, ahora levántate y anda”. Me puse de pie y al girar sobre mi mismo para irme vi sentadas en el piso, como si fuese el truco de un ilusionista, a cada una de las cientos de caras que acababa de ver revolcarse en las calles de Mumbai. La misma calma que antes solo que ahora veía en el adormecimiento de sus gestos, en la cuasi-inerte tranquilidad de sus cuerpos a la impasibilidad de la felicidad de residir en ellos mismos. Eran la ausencia de dolor; la vida misma, como vida tal.

Me había olvidado de la historia, Béllamía, hasta esta mañana. He necesitado olvidarla, creo yo, para sentir este dolor tan necesario que me recuerda que estas muy lejos. Aquel día de Mumbai, mis manos y mis pies y mi panza y mi cuello habían nacido de la ausencia de dolor viniendo a la vida después de haber estado mucho tiempo muertos. Ahora, estirándome en la cama y mirando a la almohada a llenar de mi derecha, creo que eso ha venido a recordarme el sueño en el que han aparecido mis piernas, manos y boca luego de que desapareciera mi solparaelcualsolotengoojos, símbolo del tiempo que en el dolor he perdido. Béllamía, quizás algún día te aparezcas más que como un distante sol inmutable en el horizonte de un valle lejano y dejando deshacer estos ojos pasmados por tu ausencia yo deje de sentir dolor y encuentre un reloj de arena que guardare como trofeo del triunfo sobre la oscuridad del encandilante tiempo. Hasta entonces seguiré olvidando el templo de Mumbai y este extraño sueño de ojos y soles que se deshacen y me seguiré levantando de la cama, ahora vaciá, para tomarme la pastillaverdesegundapuertabotiquinbañochico que tomo para calmar el eco que que me traspasa en forma de espada y me hace dar este raro, fuerte dolor en el pecho.

lunes, 27 de febrero de 2012

Monologo de dos ignorantes


Monologo de dos ignorantes



"Lo digo, buscando, porque sólo los ignorantes creen que la verdad es definitiva y maciza, cuando apenas es provisoria y gelatinosa..."

                                      Jose Mujica
 
Venga amigo, quiero enseñarle un juego. Un juego en el que como cuando usted era chico y su primo lo buscaba adentro de placares o detrás de paredes, lo más divertido será buscar. Venga, amigo, que el juego de la búsqueda es divertido. Busquemos juntos, amigo. Busquemos a través del discurso y de la discusión; de la defensa de lo que se cree correcto, busquemos juntos a través del argumento a favor de los valores sobre los cuales se debe construir, amigo. Cuénteme que es lo que piensa, que es lo que cree, no tenga miedo, amigo; discutamos, o mejor si usted así lo quiere; dialoguemos, que para eso somos dos, dos logos.

Venga amigo, juguemos. Abandonemos el estado actual de las cosas donde todo se ha polarizado tanto que, al esgrimir la defensa del propio pensamiento, se convierte uno en un terrorista extremo; en un enemigo acérrimo. Venga amigo, olvidémonos que (tal como está hoy el mundo y visto desde ese otro costado -el de los suyos o los míos) cuando se calla para escuchar, se convierte aquel uno mismo terroristaenemigoacerrimo , en un paria, un débil, alguien que no sabe de ideales, un simple e inútil cagón.

Venga amigo, discutamos con todo la fuerza de nuestro intelecto. Saquemos lo mejor de nuestros argumentos, forcémoslos hasta el límite de la imaginación para juntos construir un argumento más fuerte.

Venga amigo, juegue conmigo; que cuando destruyo su punto de vista lo hago intentando crear un punto de vista más amplio; tan amplio que en vez de pulverizar su edificio de naipes, ponga un piso encima del que usted acaba de imaginar. Venga amigo, destruya usted también el mío; logre convencerme dando una explicación que le ponga un techo a lo que hasta ese entonces mi limitada inteligencia podía, en la soledad de su ignorancia, construir. Sigamos jugando amigo, que el juego se va poniendo cada vez más divertido.

Venga amigo, juegue conmigo; escuche a mi ignorancia hablar, yo escuchare a la suya. Así, juntas (quizás hasta de la mano) nuestras ignorancias podrán encontrar una verdad a medias que a la postre no sea más que una ignorancia mas grande. Venga amigo, que veo una gigante fusionada ignoranciamediaverdad salir flotando por el aire. Que emocionante será amigo mío, cuando, junto con la media verdad de estos otros dos que juegan aquí al lado, nuestra media verdad vaya encontrando más y mas pequeñas medias verdades, mas grandes ignorancias. Se imagina, amigo una inmensa media verdad efímera en la cual usted y yo, sentados en esta misma mesa, veamos un pedacito de nuestra ignorancia?

 Venga amigo, juegue tranquilo que así sentaremos jugando un interesante punto de partida para el que nos siga. Su juego partirá de una ignorancia más enorme, de una media verdad más pequeña. Venga amigo, juegue conmigo, que si no se nos consume el tiempo sentados frente a la pantalla. Volvamos a incentivar la mente, amigo, no nos quedemos sentados frente a nosotros mismos por miedo a no alcanzar nada.

Como la utopía de Galeano, la verdad absoluta se nos escapara siempre por un paso, amigo; estará siempre 100 metros delante de nuestras narices como el faro de una tierra inalcanzable, como la boca de la mujer que no nos ama. Mas, que mas da amigo? Este juego de buscarla es tan pero tan divertido.

Venga amigo, juegue conmigo el juego del conocimiento que no es (como nos han hecho creer desde chiquititos) el juego de las verdades. Venga amigo, aprendamos juntos que no tendremos jamás la verdad ni usted ni yo. Mas por eso mismo, sigamos disfrutando de escuchar al otro esgrimir su ignorancia. Demos más y más lugar a que la ignorancia del otro nos saque el miedo a esgrimir la propia. Creo que nunca me he divertido como en este momento, amigo.

Venga amigo, juéguese la primera frase. Hágame usted saber, jugando y jugando, discutiendo y dialogando, esgrimiendo y escuchando, que el juego del conocimiento no es el juego de las verdades sino el juego de las ignorancias; un juego donde uno más uno en vez de dos, es un uno más grande o, en realidad, mirándolo correctamente, tan solo un medio.

miércoles, 22 de febrero de 2012

Nacer





Nacer

"Mil senderos existen que aún no han sido recorridos"
                                                          FW Nietzsche

Toque la pelota de primera antes de que llegase a mí el esférico; flote por el pasto de izquierda a derecha, el técnico ya había acallado su queja; vi el gol cuando sacábamos de mitad de cancha. Nevó el verano anterior a la gran nevada, las hojas se pusieron amarillas en Enero o en Agosto, un charco se estrello contra una gota que remontaba el cielo recién despejado. Pasee por la Gran Vía y luego me tome el vuelo IB7428, en Ezeiza. La aguja larga dio las cinco; la corta y cuarto. Las olas volvieron al centro del mar sin romper en la orilla, la arena estuvo siempre seca por lo que estuvo húmeda. Se me secaron los labios y luego corrió un gran viento; se asentó la arena fluctuante que había precedido a los labios secos. La mujer de senos redondos y vestido negro término de vestirse sin que pudiera yo verla desnuda; su sonrisa se deshizo (o se hizo adusta) a las ytreintaycinco, mucho antes de que mi yemas se encontrasen con su piel. Abrí los ojos recién cerrados. Al principio pensé que estaba soñando o que había muerto. Me mire las manos y me di cuenta que, en realidad, recién había nacido.

sábado, 4 de febrero de 2012

Siempre estuvo cerca

Siempre estuvo cerca. 

Yo me enojo, puteo, me quejo, me vuelvo a enojar, vuelvo a putear y me vuelvo a quejar. Que las calles están rotas, que la presidenta es una impresidenta, que el intendente hace menos de lo que podría, que los robos, que la inseguridad, que las instituciones, que la mar en coche. Despotrico contra mi lugar como un padre que ve que el hijo está haciendo todo lo posible por hacerse mierda el presente, el futuro y porque no también, el pasado. Entonces elijo no leer La Capital y si leer a Fontanarrosa, no escuchar las noticias de Radio 2 sino escuchar a Fito Paez; no mirar las desgracias lejanas que invaden mi ciudad sino leer la pasión con la que escriben los periodistas que cubren a Newells o a Central. A veces también elijo verlo jugar a Messi con la mayor cantidad de personas posibles alrededor. Y cuando el Rayo hace una de las suyas, doy vueltas en círculos buscando cómplices y digo: <<Mirenlo bien, ese, el de la 10 en la espalda, es de mi ciudad>> (y me palmeo un poquito el pecho), e intento explicar en ingles quebrado lo que le leí decir una vez a Soriano <<vieron, no la lleva pegada al botín, la lleva adentro del botín>>. 

Elijo, muchas veces, a la distancia, idealizar; enamorarme de las virtudes de la que considero mi casa; aquella en la que aprendí a andar por las calles, aquella donde de pendejo un punga me saco toda la plata del bolsillo y me robo un buzo, la casa en la que, en un callejón que queda en alguna lugar entre Tucumán y Catamarca, bese por primera vez el paladar de una mujer; aquella en la que aprendí que el fútbol es una cuestión de vida o muerte y que la muerte se acaba yéndose cuatro días a Funes o a Iberlucea y apagando el celular. 

En esos ratos me invade una nostalgia inexplicable, aun de lo malo. Dejo de creer que acá, de este lado del atlántico, aun mas allá del Mar Muerto y bien cerquita del Indico, se puede estar mejor y me entran unas ganas inexplicables de estar en cuerpo y mente sentado comiendo un triple de miga en el quiosco de la vuelta del club. 

Asi, de tanto, en tanto, físicamente, mas allá de todas las veces que vuelvo cerrando los ojos, vuelvo. Y camino por la barranca del rio despacito como para que el paseo no se termine nunca; me meto en una librería chiquita de calle Rioja; me voy al Cairo, huelo el olor a libro de Ross, charlo 40 minutos con el pibe que vende diarios en Sarmiento y Santa Fe y otros 40 con el que vende DVDs en Alternativa. Me meto en el lavadero de autos de un amigo y lo veo putear, pelearse con los empleados, ser mas rosarino de lo que se podría ser en una película. Me voy a la Florida y tomo mate abajo de un sol que podría partir la tierra en cualquier otro lugar del mundo, pero que en Rosario solo nos empuja a acercarnos un poquito más al agua; si hay lancha mejor, sino piragua y de ultima Florida, reposera en mano y a aguantar. A la noche paso por el monumento iluminado celeste y blanco y pienso cuantas cosas lindas tiene esta ciudad que me adopto como hijo suyo hace ya casi un par de décadas; que ganas locas de volver. Son locas las ganas porque pensándolo bien, y el pensamiento se me esfuma cuando la lógica empieza a querer enderezarlo hacia el lado opuesto del corazón. Camino por las veredas y los cordones y no me canso. A las 6 de la mañana salgo de un boliche y pateo tranquilo una horita clavada por Mendoza, por San Luis, por 9 de Julio, por la que me lleve. "Que tengas un buen día, o no". La ocurrencia se respira hasta en el grafiti que me saluda desde las chapas de un edificio en construcción. Cuantos edificios nuevos, che, la puta madre; cada vez que vuelvo la ciudad está un poco más moderna, un poco mas linda. Pero ojo, que no pierde lo suyo, lo que la hace de verdad; no pierde ese inexplicable sabor a pensión italiana que hay en cada cuadra; ni las casas de pasillo; ni las viejas sentadas en la reposera en la puerta; ni los Fiat 128, ni las casonas que los tanos levantaban con sus propias manos por calle Godoy. 

Y le doy vueltas a la cosa, (y a la ciudad entera) y no entiendo cómo hacemos para no tener la ciudad más linda del mundo. Camino, como siempre y después de haber hecho un circulo por Pellegrini (me pregunto si esta vuelta redonda que le doy a la ciudad para caer en Pellegrini no es sino una metáfora de mi mismo) y desembocar de nuevo en la barranca, me cuelo por un alambre roto y tras haber cruzado unos pastizales mal cortados, me siento en un muelle viejo, de esos de madera podrida que en cualquier otro lugar del mundo serian demolidos por peligrosos pero que acá son pintorescos, y pertenecen, al rio y a nosotros. Sin miedo de que se vaya a caer a pedazos miro a Rosario desde la ancha vastedad de su papa, el Paraná. Y pienso en mi ciudad como la más chica de un grupo de hermanas increíblemente lindas que empiezan con la Napoleónica Paris, La Victoriana Londres, La cosmopolita Nueva York o la Constantina Estambul. No lloro ni mucho menos; pero me queda esa sensación de grandeza aun no realizada, de potencial infinito que en mi ciudad no se termina plasma. 

Y me frustro al darme cuenta que tenemos que ponerla en el mapa por algo más que el triple crimen o la guerra de barra bravas o la creciente ola de inseguridad. Que Rosario tiene que ser lo que está destinada a ser. Que acá vive y vivió gente con inteligencia artística, con pasión descomunal, con ganas de que su ciudad sea grande de verdad. Si de acá son Olmedo y Che Guevara y Messi y Fontanarrosa y tantos otros que sin trascender a la fama le han dado tanto al mundo. Me levanto de la silla y me dan ganas de tomarme un avión, e ir a cambiarlo todo, con las ganas revolucionarias de un utópico pibe de 18 años. Pero estoy tan lejos que no sé ni por dónde empezar. Entonces, me siento en la silla y abro un grupo de Facebook que se llama “Rosario, Nuestro Mundo”. Lo hago con la ilusión (quizás tonta, quizás solo ilusión) de que todos los que no la vivimos físicamente pero si con las ganas de estar ahi, podamos aportar alguna idea de cosas copadas que vemos por el mundo. Cosas que puedan ayudar a hacer que nuestra ciudad sea lo que nos hace sentir que es toda vez que de nuevo la pisamos: "el lugar que además de ser nuestra casa se nos aparece como la ciudad más cautivantemente linda, del mundo".

jueves, 5 de enero de 2012

Cientosesentaytres imágenes



Cientosesentraytres imágenes 


Tenia 163 tatuajes, o eso me dijo cuando la conocí. Anna paseaba su cuerpo negro pero blanco por el espacio como si fuera todo suyo. Nada podía interponerse en su camino. Salvo que ella quisiera. Había trabajado en aquel lugar 271 días pero ya no lo hacia. Ahora, porque quería, se dedicaba a dibujar, a diseñar, a hacer lo que su verdadera pasión le dictaba. De cuando en cuando volvía para sentirse una parte de lo que ya había abandonado; me dijo. Como cuando volvemos a la casa de nuestros padres y entramos en nuestra vieja habitación para encontrar solo el recuerdo de lo que alguna vez fue, pensé. La mire a los ojos y me olvide de sus tatuajes. En lo profundo del vacío blanco tapado de circulares rayas verdosas/negras/marrones vi tatuada su esencia, vi el miedo a la vida, el amor al todo y a la vez la nada, la repulsión por la superficie, la muerte misma enredándose en la acera de la casa donde de vieja había de perecer. Le pregunte que hacia en aquel lugar y me contesto lo que todos: Estoy. Y espero. Espero a que algo mejor me mueva el bote, me dijo. Espera a que el amor de un hombre le arranque el corazón y se lo lleve consigo a otra parte; pensé.


Estaba apoyada contra el vértice de una columna con la displicencia de quien se sabe por encima de la situación. Brazos cruzados, mirada por encima de su horizonte. Conto-me una historia poco creíble de un artista callejero que, cansado de escribir cosas con significado, decidio pintar toda su ciudad de blanco. Cuando hubo acabado con el ultimo ladrillo manchado de impureza diose cuenta que había creado algo tan perfecto como aterrador y decidió llamarlo bajo el nombre de la mujer que amaba. Presa de la desesperacion la mujer (que se consideraba cualquier cosa menos perfecta), en el afan de demostrar la falacia de la ciudad llamada Guadalupe, decidió suicidarse. El hombre, entonces, re-pinto cada muro con un diferente y colorido graffiti. Cada uno con un oscuro significado. El ultimo que se le conoció decía: “Idiota es el que cree que por la fuerza de su pincel, su pluma o su espada puede cambiar el verdadero curso del destino”. Luego desapareció por completo. Lo tenia tatuado en el antebrazo izquierdo y pude leerlo a pesar de los intermitentes flashes de la noche: “Idiot the one who believes…”. Se dio cuenta y dijo mirándome directo al corazón: That was my first tatoo. No pudieron mis manos mas que abrazarla.

Abrazado a Anna, asi como quien no quiere la cosa, me encontró la noche de la desidia. Cuantos ojos hay en esta noche mirando a la nada, me dije, y los cerré. Entonce ocurrió lo increíble. Centímetro a centímetro mis manos comenzaron a recorrer sus hombros y luego su espalda, sus triceps y luego sus antebrazos, sus pechos y luego su cuello. Recordaron cada una de las palabras e imágenes que su piel cubrían. Separando el humo del ambiente de sus poros rellenos reconocí en su hombro a Victor Hugo y vi en su antebrazo la magia irreal del cristo visto desde arriba de Salvador. Debajo de sus clavículas el hombre viejo de Lao Tse me hablo a la yema del índice y me dijo que el secreto era esperar, jamás desesperar, siempre esperar. Uno a uno los hice parte de mi memoria. Betty Boop cantando una canción de amor y Monroe diciendo cuan difícil ella era. Borges hablando del tiempo y un circulo maya desafiandolo todo mas allá del 2012. Los dos tatuajes parecian de la mano. A través del lateral de su torso me encontré con Hesse, con Ihenga y con Focault. ¿Puede extrañar que la prisión se asemeje a las fábricas, a las escuelas, a los cuarteles, a los hospitales, todos los cuales se asemejan a las prisiones?. Le pregunte si realmente creía que su cuerpo era la prisión de su alma. La imagen de Platón tatuada justo debajo de la muñeca y la sonrisita cómplice me lo dijeron todo.

<<Anna, quiero decirte que>> Fue lo ultimo que me acuerdo haber dicho aquella noche. Nada mas nada menos. Por 162 días lo único que recordé después de Platón fue eso. Quería decir algo que por alguna razon se escondio detras de las paredes de mi entumecida memoria.

Esta mañana, cuando atrás habían quedado 162 noches olvidadas sin desperdicio, me levante y mi mano derecha recordó todo. Mire mi palma negra y lo vi con claridad. Había yo recorrido aquella noche cada una de sus frases de Cortazar y de Mann, cada una de las replicas de Banksy y de Quino, cada uno de los retratos de Marley y de Ghandi, de Ravi Shankar y de Teresa cuando pude procesarlo con claridad. Había yo transitado sus ríos de vida/muerte/vida/muerte/amor/odio/amor/odio/risas/llantos/risas/llantos/miedos/seguridades/miedos/seguridades cuando encontré entre la parte posterior de su muslo izquierdo y su gemelo un vacío inconmensurable, un río en medio del desierto. Sorprendido y curioso decidí cruzarlo a pie y sin salvavidas. Salí ileso al otro lado de la barranca y sentí que había-le dado la vuelta al mundo. Allí abajo, en lo mas Austral de su ser caminaron mis dedos sin descanso por horas y horas. Casi exhaustos y desolados estuvieron por retirarse hasta que, escondido detrás del lado de la pantorrilla donde jamás da el sol; encontraron un contorno negro vertical. Siguieron su rastro hasta que la línea negra se bifurco en una perpendicular y otra que continuaba vertical. Siguieron derecho hasta el final y luego volvieron a tomar la perpendicular. Cruzaron el corazón del tatuaje y se encontraron con otra vertical. La siguieron hasta arriba de todo y luego hasta abajo. Cuando tomaron distancia, en el talón de Aquiles de Anna vieron gigante, mis dedos, la H. No pudieron entenderla entonces, mas la recordaron. Y luego de 6 meses y una semana la entendieron ahora. La entendieron mis yemas, la entiendo yo. La entiendo, recien esta maniana tibia en que el sol le ilumina la tinta violeta por debajo del pelo recogido y en que yo, metiendo-me con la mano por debajo de las sabanas hasta tu talón de Aquiles te beso en el hombro la insignificancia de Sabato. Es que entonces, me doy cuenta que el destino había unido a tu punto débil con el comienzo simple y mudo de mi nombre; te habia unido con la H silenciosa que me decía que, de allí hacia el futuro, mis dedos callados y mis ojos cerrados habrían de amarte, mas alla de los flashes de aquella noche de Enero, de una vez y para siempre.