lunes, 12 de septiembre de 2011

Triste y Buena


Triste y Buena

"Porque jamas puede terminar, lo que nunca ha comenzado"

La miró no estar y le dijo retóricamente como quien no espera una respuesta: <<que días mas tontos, cuanto tiempo perdido, que búsqueda mas absurda. Me voy a dormir, quizás te encuentre en un sueño>>

Cuando cerró los ojos, el sol le devolvió la luz que las lamparas habían perdido. No podía partir la tierra únicamente porque la tierra era arena. Y mas arena. Entrecerró los párpados como quien se busca preocupado. El tiempo no podía haberse detenido porque la arena se levantaba tensa bajo sus pies, por sobre sus pies, y se volvía a asentar en un lugar distinto al que se había originado. Si hay movimiento hay vida, si hay viento hay tiempo, si hay tiempo no me he detenido. Supo que estaba vivo. Miró hacia arriba buscando una respuesta mas real que metafísica; la posición del sol debía decirle donde estaba el Norte. Eran casi las doce. ¿Adonde queda el Norte? Debo ir hacia el Norte. Al cabo de un rato comenzó a dolerle el cuello torcido y la nuca apuntando al suelo. No sabia adonde estaba ni Norte ni el Sur, mucho menos el Este o el Oeste. Pasó el tiempo que seguía moviéndose al compás de la arena y decidió que solo quedaba-le dejarlo pasar; esperar. Cuando se moviera la Tierra entera se haría de noche y sabría por cual oeste se habria puesto la gran bola de fuego. Sabría adonde ir. Se quitó la mochila y se bajo el gorro y bajando el centro de gravedad llegó casi a apoyar la cintura en el piso. Al ponerse en cuclillas recordó la estación de trenes de Dorasan y le sonrío a un Norcoreano que se escabullía entre los pasillos de su memoria. Era el mediodía de un día caluroso en Rub' al Khali y, sin quererlo, se quedaba dormido. 

Cuando cerró los ojos, se vio bajando de un avión. Otra vez otro aeropuerto, tan igual a los otros. Miró las mismas baldosas gigantes de granitos grises albergar cada una un paso y medio suyo. Metió la mano al bolsillo y se sorprendió de sacar arena. ¿De donde vengo? ¿Adonde voy? ¿Donde queda el Norte? Siguió el crucigrama de pasillos y carteles en idioma inaudito con espantosa naturalidad. Se abrió la campera y exhalo un zonda de primavera a la vez que tropezaba con las ruedas de una maleta ajena. No se cayó. Pensó que la extrañaba; que todo lo que había deseado era aquel momento en que salía por la puerta y ella lo esperaba con los brazos abiertos, quizás con un cartel de papel en la mano, quizás con una flor (que idea tan cursi pensó su anti-ego) quizás solamente parada con las manos en los bolsillos o fumando un cigarrillo. Pero ¿quien es ella? ¿Quien debe de esperarme? Supo que durante todo aquel viaje, había albergado una ilusión enorme de reencuentro. ¿Que viaje? ¿De donde vengo? ¿Donde queda el Norte? Mientras dejaba que la cinta mecánica lo llevara como se lleva el sushi a las manos de sus comensales en los restaurantes baratos de oriente, divisió las piernas de una mujer de pollera gris a lo lejos. Que estúpida cosa la ilusión. Cuantas horas gastadas en crear ideas expandidas de una realidad sintética; cuanto daño le hace a la mente generar tantas realidades, ojalá pudiera escribirlas. Volvió a imaginarla con la pollera de la mujer de adelante y una musculosa negra. Su tez era morena y tenia la unas de los pies pintadas. Esperaba de pie, pudo verla. La pierna derecha por delante y levemente flexionada, el pelo cayendo sobre los hombros y la frente apuntando al piso, apuntando al piso y no dejando ver la cara. Cuando se acordó donde estaba, el oficial de inmigración le preguntó de donde era que venia. Contestó en el mismo idioma en que estaban los carteles y el oficial con una sonrisa sarcásticamente cómplice le sello el pasaporte. Se le aceleró el corazón llegando a la puerta. Y al salir creyó que iba a explotarle. Camino cada centímetro con lentitud, analizando a quienes a alguien esperaban. Esperó el abrazo que nunca llegaría. Al llegar al final de la cola de esperanzados, siempre esperando a alguien, miró a la derecha y vio a una madre despedir a su hijo. ¿Que pasaría si a alguno de los esperanzados les pasa lo que a mi? ¿Que pasaría si a quien esperan no llegara nunca, o no estuviera en el destino adecuado? Se subió a un taxi y antes de decirle al taxista adonde iba, recordando que no sabia adonde quedaba el norte, se quedo de nuevo dormido.

Apenas al cerrar los ojos se encontró adentro del cuarto de vidrio. Estaba sentado con las rodillas flexionadas y las dos manos atando-se por debajo de las piernas. Miró a la derecha y sintiendo el rugir violento del río aproximarse a su ultimo salto al vacío, vio la imponencia del agua caer a través las inmensas cascadas. Todo alrededor del agua era de un verde exquisito, de plantas pulidas. Se dejó sumergir en el marrón del río con la imaginación y sintió la espuma del agua caída acariciarle las manos, golpearle los párpados. Cuando miró hacia la izquierda se acalló el rugir violento y vio un árbol absolutamente deshojado imponerse a una nada de marrón papel. Sus ramas largas se extendían curiosamente a lo ancho y en las puntas dejaban-se caer como derretidas. Salvador, ¿que haces tu aquí? Catorce ardillas de ojos violetas asustaban sus sentidos, mas el pájaro blanco en la cúspide daba sensación de serenidad infinita. En el fondo un reloj marcaba la hora pero las agujas apuntaban de afuera adentro y no podía leerlas. ¿Que hora será? ¿Donde quedara el Norte? Agachó la mirada. Abajo se imponía un precipicio sin final. Una caída libre de la que lo prevenía el piso transparente sobre el que se sentaba. No podía ver ni el principio ni el final pero sabia por ello que era un precipicio. Pegó la oreja al suelo y deseó escuchar algo caer para saber cuan profundo hubiera sido el descenso. No escuchó nada, mas recordó que alguna vez había visto semejante profundidad en el desierto. No pudo atar los cabos. Al cabo de un rato volvió a sentarse como antes y miró hacia arriba. Las nubes estaban del lado de adentro y un trueno sacudió la habitación con vehemencia. No se asusto porque era bien machito, mas tuvo un poco de miedo. Cuando comenzó a llover dejó que el agua le rodara por los cortos pelos hacia la cara y le sonrío a Tláloc. ¿A quien le sonrío? pensó sin dejar de sonreír un segundo. Que estúpida es la ilusión, no supo porque lo pensaba. Que estúpido es esperarla. ¿A quien? ¿Habré estado esperando a la lluvia? ¿Por eso sonrío? Un relámpago iluminó la parte de adentro de sus párpados y abrió los ojos. Miró al frente por primera vez desde que estaba en aquella pieza de vidrio flotante y vio una pared blanca que se extendía frente a sus pestañas. Llamativamente no empezaba en un punto fijo ni terminaba en ningún horizonte, se extendía mas allá del piso y muy por encima de todas las nubes. La penetraba de atrás una luz que desde un fondo remoto la iluminaba de modo tenue. Vio en un costado inexistente (por que la pared se extendía también infinitamente a lo ancho) el relieve de picos perfectamente simétricos, negros, formando una escalera tallada. Y se acercó. Le sorprendieron los dos granos en su mejilla derecha y lo paradojicamente imberbe de su barbilla. Se miró las manos de niño y las pasó por el terso mármol de la pared blanca para dirigirse caminando con determinación hacia la escalera. Cuando quiso trepar el peldaño de mas abajo, no pudo agarrarlo. Pasó la mano por la pared nuevamente y noto que no había relieve. Cerró los ojos y aspiro profundo extendiendo de nuevo la mano derecha para agarrarse al elusivo peldaño. Subió los escalones de dos en dos y a mitad camino de la escalera infinita, después de mirar por cuarta vez hacia abajo, cerrando el ojo izquierdo y luego el derecho, se quedó de nuevo dormido. 

Se encontró de repente en el living de su casa. Sentado en el sillón de cuero blanco auscultó en el silencio de la soledad la parsimonia de la habitación. Una casa hecha a pruebas de ruidos era lo que siempre había deseado. Mirando a través del ventanal que cubría toda la pared que daba al jardín pensó en ella. Cuanto tiempo había esperado pretendiendo no esperarla. Cuanto tiempo de ilusión contenida. Que estúpida es la ilusión. Y ahora que te he conocido, ahora que puedo ponerle una cara a la mujer del aeropuerto, ahora no puedo alcanzarte. ¿Que aeropuerto? ¿Que me esta pasando? Alcanzó con la mano derecha, estirando-se con esfuerzo el vaso de whisky que había dejado mas allá de su alcance. El ruido de los hielos rompiendo-se habían roto la armonía y creyó que ella estaría allí para alcanzarselo . Lo sostuvo en la izquierda y extrañó algo que jamas había sucedido. Que estúpida es la ilusión. Debo ir hacia el Norte. Se perturbó de no saber que era lo que pensaba y decidió mirar fotos de sus travesías. Abrió su computadora y fue año a año recorriendo cada una de las instantáneas. Saltó de Misiones al 'Empty Quarter' y de ahí directo sin escalas a su estadía en Barcelona. ¿Que haces tu aquí, Salvador? se perturbó de nuevo. Le causó gracia verse mojado bajo la monsonica lluvia de Katmandú oliendo a curry recién preparado en frente a un reloj gigante que había estado detenido por años. ¿Que hora habrá sido? Se había también retratado sonriente ante una inmensa cuadrada piedra de Teotihuacan en la ciudad de México. ¿Este era un Dios? ¿A que le sonrío? Y cuando se vio de pequeño solo en una foto acariciando las esquinas del eternamente infinito Taj Mahal, recordó el efecto que generaban las piedras negras formando rombos sobre las blancas y la ilusión de la escalera. Suspiró profundo y sintió una inmensa nostalgia de todos los lugares en los que había estado. Mas lo contaminó un deseo de muerte mucho mas intenso que la nostalgia y supo de donde venia. Recordó cuantas veces había bajado en aquel aeropuerto y cuantas veces había subido solo a un taxi. Nadie nunca lo esperaba. Sintió la soledad inundar el silencio de la habitación a prueba de ruidos y recordó que horrible había sido haber estado volviendo durante tanto tiempo hacia nadie. Rememoró cuadro a cuadro el sueño del aeropuerto con avidez y vio a Theora levantar la vista del piso para recibirlo con un abrazo. Todo había sido una estúpida ilusión, un inexistente Norte. Entonces, preso en la sarcásticamente cómplice sonrisa de oficial de inmigración, clavando fijo las pupilas en el vacío, la miró no estar y le dijo retóricamente como quien no espera una respuesta: <<que días mas tontos, cuanto tiempo perdido, que búsqueda mas absurda. Me voy a dormir, quizás te encuentre en un sueño>>.

sábado, 3 de septiembre de 2011

Gitana

La parte dorsal de sus manos me decian que era gitana. Las yemas gastadas de recorrer palmas ajenas en busca de una respuesta inexistente, las huellas borradas, el blanco de las palmas hecho el negro de las palmas. Y las palmas; tan antiguas como Creta, caminando los caminos de una Roma destruida por los ataques bárbaros, hablando de historias de hombres viejos y nuevos, atados a sus pasados, pasados por sus futuros, futuros de algo, algo que no conocían. La mire a los ojos y no pude alcanzarla. Una muralla china entre nuestras miradas, china pero gitana, en China. Gitana, sus palmas eran gitanas. La seguí por un callejón largo y angosto, cubierto de graffitis que decían tanto sin decir nada. De atrás parecía leve. Delgada, alta, suave como el silencio de si misma, como yo mismo en silencio. Creo haberle gritado; mas quizás haya sido en silencio y no en forma de grito. Adonde vas gitana? Adonde me llevas? Caminamos por Buenos Aires; ella sola, yo detrás SIO. Los pies descalzos decían tanto o mas que las palmas. Negros de amores desandados consumían lagrimas y miserias y simples pisadas impropias; llenas de angustias y problemas y mierdas de alguien mas tiradas en alguna acera para que nunca mas les pertenecieran, para que algún día fueran parte de las plantas del pie de alguna gitana, ajena. Llevame contigo Gitana, hazme parte de tu vida, de tus pies y palmas negras; hazme parte de una vida sin sentido, de un movimiento browniano; de una regresión al infinito de mi mismo, de ti gitana, de mi, de ser gitanos de nosotros; sin una luna a la cual seguir o un sol al cual dejar atrás.

Doblamos por avenida Del Cerro. A nuestra derecha se levantaron silenciosos dieciocho arboles plantados simétricamente a siete metros de si mismos. Era medianoche y las luces de los faroles, contiguos a cada árbol, dibujaban figuras de sombras sobre las casas bajas del barrio vacío y durmiente. Mas la luna, opuesta a todos los faroles, reflejaba los conos sobre la calle que, incendiada por los chillidos de un auto perdido, enfriaba-se luego de un día agitado, debatía-se entre la vida y el crepúsculo. La gitana caminaba despacio pero mas rápido que yo. Se me alejaba a cada paso un cm mas; a cada cuadra dos metros mas. Que rara es Buenos Aires en silencio. Que falta le hacen a si misma tantas cosas que pasan de día y no de noche. Donde esta el puestero de diario que todo lo sabe y te hace tan erudita? Donde esta la almacenara que te llena con sus medias verdades de señora que sabe mas por aburrimiento que por interés; donde están tus autos, tus mujeres de pelos largamente atractivos, tus sueños de París inacabada, Buenos Aires. Te he perseguido como a la Gitana, siempre demasiado de lejos, siempre demasiado despacio.

Cuando hemos caminado por horas y el sol le dice a Buenos Aires que esta llegando el momento de ser ella y que se acaben las historias de gitanas y hombres oscuros siguiéndolas como sombras, te pierdo en una esquina, Gitana. Una esquina cualquiera. Y el día vuelve a empezar, y vuelvo a Cortazar y a Electric President y a ser un yo mucho mas leve que el que ayer te perseguía. Y la vida continua su curso, igual que antes, llena de dieciochos arboles inmóviles al costado de si mismos. Solo que ahora he visto tus palmas negras y tus plantas oscuras, que jamas me dejaran olvidarte; que me harán parte de tu historia y a ti parte de la mía; que harán que haya sido gitano y tu mortal, por el segundo en que a través de una muralla china, se cruzaron nuestras miradas, Gitana.