viernes, 30 de marzo de 2012

Carta 8 - El Instante




Béllamía,

Pasa el tiempo de esta habitación en silencio y la aguja del reloj de pared taladra acompasandose con el rugido de las teclas de esta olivetti que te escribe y tacha, te escribe y tacha, te escribe y xxxxxxxxxxx. Tachando hemos andado una infinidad de veces todos; vos, yo, mi madre, mi padre, mis hermanos, el carnicero de a la vuelta que re-empezo la vida luego de ser zapatero y carnicero y zapatero otra vez. Empezar, re-empezar, detenerse, continuar. Mientras pienso en estas palabras me doy cuenta que la aguja ya no taladra y que mis dedos bailan sobre las teclas de la olivetti como una novia baila por ultima vez en la noche de su boda. El tiempo se ha detenido, o quizas no, en las 11y59y41 en cada reloj de cada pared y muneca y mesa de luz de esta casa y de cada una de las casas de este barrio en silencio y de este Tokio vibrante que mas alla de las paredes de mi barrio tiembla con el latido de su propio corazon excitado, la frenetica gente de la cual sus espacios se componen. Porque sera que los relojes estan siempre en las paredes o sobre los muebles o en las muñecas de los brazos, accesibles. Seria fabuloso poder ignorarlos; obviar su pulso, hacer la vista gorda al paso de un tiempo prefijado por nosotros y nadie mas y burlar asi a la tristeza y al envejecimiento; sonreir en sus caras con aire de padrinocappomafia, de nopuedesmasquemirarmesintocarme. Todo se reduciría a un instante, te das cuenta? Un instante que seria el ahora de ahora y el ahora de antes y de despues y la suma de todos los ahoras que no son mas que el mismo instante en que nacemos y morimos y nos casamos y vemos parir a nuestros hijos y a los hijos de esos hijos. Un instante perfectamente redondo, sin error alguno. Un instante que nos revelaria a los ojos de los demas como seres felizmente empecinados en el vicio instantaneo (y por ende eterno) de vivir el instante.

Me siento tentado de salir de la casa y encontrar todo como una polaroid mientras se seca, mostrar a mis ojos la escencia del mundo mientras este se me revela. Pero me detiene la inercia, la misma inercia de introversion que previnome de hablarte en un recital de rock en el que bailamos ajenos aun sabiendo sin saberlo de la presencia del otro. Es que no nos conociamos entonces, como no nos conocemos ahora. Como no conozco a este Tokio, como no conozco a este mundo, como si conozco la inercia. Por ese entonces, como ahora, nos quedaba mucho tiempo; a mi, a vos, a Tokio, al mundo.
Las letras de la Olivetti me miran perplejas mientras intento decirte lo que ni yo entiendo. Mas en un acto de desinteres supremo (o quizás de amor, que por mi parte podría ser lo mismo) siguen bailando con las yemas de mis dedos que jamas se gastaran ni un poco; que seguiran teniendo su esencia mas alla de las paredes y las munecas y los muebles que yacen debajo de las agujas que sin moverse de encima de ellos, dia a dia giran y giran; que por siempre bailaran sobre el negroblanco de esta maquina a la que dan oxigeno.

Tengo los ojos cerrados para vos y deseo que te vuelvas la superficie de una tecla negra para poder rozarte, Béllamía. Para poder pulsarte y entender tu accion y tu reacción, tu ida a fondo y tu vuelta mas lenta; para saber de que manera dibujarias un caracter perfectamente plasmado sobre el papel y cuando te tornarías una borrosa mancha de tinta negra.

Sabes que me gustan mucho las historias, lo podrás haber deducido a esta altura de las cosas. Imaginame entonces, Béllamía, con los parpados apretados como yo te imagino ahora en una de mis historias. Como yo intento transformarte en parte de la tinta que fluye de mis venas. Estas aqui metida pero no te veo la cara porque en esta historia no estas superpuesta sobre las imagenes. No se si tu pelo es lacio o corto o si tu tez es oscura y tus ojos miel y tu sonrisa blanca. Es que en esta historia, que en realidad te pertenece, tu presencia estodovoz y por ende todo armonia. Y mientras la historia (se) me va ocurriendo, vos desde algún paraje remoto, me la vas contando, palabra por palabra, letra por espacio por espacio por letra.

Es la historia de un hombre anciano, de cabellos blancos y pulso firme que escribia en una maquina durante 207 anios y 64 noches. Confinado a su cuarto oscuro y a su vela incandescente, el hombre descubria que reproduciendo palabra por palabra el dia que le habia precedido, su vida se hacia siempre un dia mas largo, y lograba vivir siempre en el verdadero y único ayer; con conciencia absoluta derrotar al tiempo; erigirse en inmortal. Mas, a medida que iba perdiendo interes por las cosas del mundo, el hombre se dedicaba solo a escribir lo que ocurria en su mente. Cada dia agregaba un nuevo pensamiento al del dia anterior que debia reescribir por completo. Exhausto, la noche 64 del anio 207 el hombre de la historia descubria que al terminar de escribir sobre el segundo 41 del minuto 59, solo le quedaban 19 segundos para agregar su ulterior pensamiento y comenzar a escribir de nuevo. Miraba entonces al reloj y notando que este se habia detenido, decidia levantar los dedos de la maquina. El tiempo se reincorporaba y el hombre sonriendose a si mismo (o quizás a las agujas) dejabase vivir en paz sus ultimos 19 segundos.

Miro yo ahora al reloj de esta habitacion a la que me he confinado, Béllamía y mientras comienza a moverse y la aguja finita traspasa el diez y se mete entre si y el 11, comprendo la enseñanza de la historia que has venido, de algun modo a contarme: El tiempo no puede detenerse, mas si aprovecharse. Y es equivocando el camino del instante, abandonando la primavera anterior, viviendo esa leve electricidad de la angustia que sigue al equivoco, como el tiempo realmente se aprovecha. Afuera de esta vela y de estas teclas de esta Olivetti que siempre querrá bailar conmigo, en la cual una tachadura no es un error sino un paso diferente, está el barrio y Tokio y la gente y hasta quizas estes vos con pelo y cara y boca y sonrisa y mucho mas que una simple voz perfecta; esperando a que me equivoque de nombre o de calle o de banda o de silencio en un concierto. Voy a ponerme un jean una camisa y el perfume que siempre crei que te gustaria, Béllamía, y voy salir a la calle sin la Olivetti ni la vela que ahora esta apagada. Voy a correr a llegar un segundo demasiado tarde, a insultar al mas grandote de la sala, a cantar la letra a destiempo, a bailar lejos de tu presencia que quizas otra vez ignore, a que se yo cuantas otras cosas que mañana podre contarte. Enfindenuevo, como hacia antes de antes, al oeste de las 115949momentodeesteinstante, voy a salir contento, corriendo adentro de este ignoto punto del mundo que esta al este de mi vida, a volver a equivocarme.

jueves, 15 de marzo de 2012

Carta 7


Carta 7

Béllamía,

Acabo de abrir los ojos con un profundo dolor en el pecho atravesándome hasta el omóplato como una espada que atraviesa una sandia. Paso a paso, al ritmo de mi respiración pesada, he reconstruido mi noche de en-sueño a la búsqueda de un culpable de este dolor molesto que por momentos se vuelve agudo y que presiento es el eco perdido de algún grito lejano que lo despierta de a ratos. No lo he encontrado. Anoche, mientras vos estabas en algún remoto espacio que me es ajeno, soñé que, durante tardes enteras, miraba al sol pender sobre el hueco (que algunos llaman valle) de dos montañas lejanas. La escena rebalsaba de amarillos y naranjas y ocres aunque mi mente sabia que el cielo debía ser celeste, el agua turbia y la copa de aquel árbol (el de allá abajo a la derecha) verdeovioleta según primaveraoverano. No había sonido alguno, mas no puedo distinguir, ahora por la mañana, si la escena era muda o si efectivamente he olvidado las melodías. ¿Por que será que los ojos recuerdan mas que los oídos y la nariz mas que los ojos y la boca, por su parte, nunca olvida? ¿Por que será que el olor de un pullover guardado en un cajón tiene el poder de trasladarnos a la infancia y el sabor de un par de labios rojo intenso a la otra punta del globo que visitamos hace ya tantos años? En el sueño el Sol latía y yo me acaloraba y desacaloraba con cada extensión o contracción de su pecho como si abrazase o soltara un gran globo azul de aire caliente. Lo curioso es que jamás se hacía de noche. Como si estuviesen pasando diapositivas en una Prestinox,  a cada intento del sol por comenzar a cambiar de posición respondía la imagen reiniciandose en el mismo puntoinmediatoanterior. Un infinito time-lapse de la misma foto. El tiempo se movía con la cadencia de mis parpados que ahora, a cada abrirsecerrarse, sincronizaban con el latido del sol y con el paso de las diapositivas. Un deshacerse y rehacerse que intentaba evadir toda medida de tiempo. Decidía entonces, yo, desafiando la dificultad, intentar contar las reapariciones. Cada escena seria un día. No sé cuanto me llevo encontrar un método para contar los latidos porque mi memoria parecía resetaerse a cada latido. Deben haber pasado años hasta que logre ganar conciencia del tiempo en sentido real, es decir conciencia de uno mismo, de mi mismo. Fue al fin del día 7638, que note, justo en el momento que arrancaba el día 7639, que no podía ver parte alguna de mi cuerpo. Sabia a cada parte presente, mas mis manos no sentían el tacto ni mi nariz alcanzaba olor alguno, el gusto en mi boca debe haber sido a agua o aire. Solo mis ojos clavados en el sol adyacente podían ver recto en línea directa. Por eso la falta de percepción, por eso el silencio. Atormentado por la repetición infinita; comenzaba a planear una estrategia para mantener los ojos cerrados. Pero el tiempo entre cambios era demasiado corto. Cuando intentaba la segunda premisa de mi plan la escena había vuelto a cambiar. Así, en mi intento por cerrar los ojos me olvidaba del método para contar días y caía en una espiralada regresión al momento mismo en el que el sol aparecía frente a mis propios ojos. Entonces, cuando estaba yo listo para rendirme, cuando ya no quedaba parte de mi voluntad dispuesta a revelarse contra la inmensidad de la falacia en la que me encontraba atrapado, comenzaba a sentir un fuerte Shamal de frente erosionarme la vista. Paradójicamente, la secuencia sol-parpadeo-mismosol-parpadeo-mismosol... se detenía por el movimiento que generaba el viento, y la bola de fuego comenzaba a velarse por pequeñas partículas de arena que, ahora me daba cuenta, no fluían traídas desde el frente sino a través de la corriente que el vendaval generaba en los huecos de mis ojos congelados (vaya paradoja) contemplando el espectáculo de su propia paulatina desintegración. Los ojos, asi, se desgranaban poco a poco como un terrón de azúcar entre dos pulgares hasta convertirse en dunas de arena cayendo cual alud del desierto por los huecos de mi craneo, caraadentro. Comenzaba, yo ya hombre (o proyecto de hombre) en aquel momento, a sentir los pómulos y los pies y el estomago y el pubis y los omoplatos y los codos. Y cuando las dunas terminaban de desintegrarse y vaciabanse mis profundos pozos oculares ahora mas profundos que nunca por el vacío de su existencia, metía mi mano izquierda recién aparecida en la boca igualmente joven y sacaba esto:
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Estoy buscando el reloj de arena en mi cama y no lo encuentro, Béllamía. En su lugar este dolor en el pecho atravesándome, espada, sandia. Me pregunto si el dolor reside en el tiempo o si el tiempo reside en el dolor ¿o es que son sinónimos? Me pregunto porque hemos de sentir dolor o quien nos endilgo la idea de que para saber gozar hay saber sufrir  ¿es decir saber doler? Yo quiero ser feliz, Béllamía. Feliz sin limites, feliz sin dolor. Y la ausencia de dolor se relaciona, esta mañana, en esta cama de sabanas blancas con encontrar un reloj de arena real, tu presencia en mi almohada.


Dejame contarte una historia que quizás encuentres interesante. Caminando por las calles de Mumbai el otoño de hace unos 6 años, vi cientos de personas tiradas en el borde de la acera. Parecían dormidasoadormecidas; como rendidas al paso de una vida sin esperanza. No parecían sentir dolor alguno porque, quizás (pensaba mientras caminaba y mi cabeza se mantenía rotada de su eje) no conocían ni el meñique del pie derecho de la felicidad. De repente, distraído, chocaba con la puerta de un templo y me adentraba en una casa de estatuillas de colores y citaras y hombres cubiertos con pedazos blancos de telas de algodón. Olía fuerte a humo de los montes, o como suelen llamarlo: inciensos. Sabes bien que no se mucho de religiones pero creo que el templo era Budista (aunque buda sea gordo y la central estatua grande acostada al fondo –o el frente- del templo fuera flaca). Que obsesión tenemos, aun a los dioses, los hombres con materializarlo todo, pensaba aburrido con la mano semi perdida y la mente envolviendo de la cámara el lente, cuando se me acerco el de piel pequeño hombre quebrada como una naranja sonriente. Su corto brazo mi espalda tuvo que estirarse para cruzar y agarrar con su mano izquierda mas lejano mi otro brazo, debajo del cual esta mañana me duele el pecho. La cuestión es, Béllamía, que el hombre y yo, sin mediar palabra alguna nos sentamos coordinadamente en el suelo. No sabia que esperar cuando inclino su cuerpo hacia el mío, y con la misma sonrisa que al recibirme, clavo sus dos pulgares en el centro de mi esternón. La presión y la asfixia inicial fueron casi insoportables. Mas mi respiración fue adaptandose al peso de sus dedos y cuando estuvo lo suficientemente relajada para borrar la asfixia, el retiro sus manos y las llevo a una cajita de metal brillosa que guardaba celosamente entre sus piernas en canastita. Saco una aguja y clavo su mitad en la planta de mi pie y luego otra en mi brazo y en mi panza y en mi cuello. No sentí absolutamente nada. Ni siquiera sorpresa de no sentir nada. Comprendí que el hombre me estaba mostrando, a su manera, que el dolor residía solo en mi mente y que si lograba calmarlamente, el dolor desaparecia. Por eso me había hecho mal a proposito al principio sacándome el aire. Siguió sin decirme palabra alguna y retiro una a una las agujas con paciencia de costurera antigua. Cuando hubo sacado la ultima me miro como los ojos silenciosos del medico miran al recién nacido. Sin decirlo, me estaba diciendo: “yo te he traído a la vida, ahora levántate y anda”. Me puse de pie y al girar sobre mi mismo para irme vi sentadas en el piso, como si fuese el truco de un ilusionista, a cada una de las cientos de caras que acababa de ver revolcarse en las calles de Mumbai. La misma calma que antes solo que ahora veía en el adormecimiento de sus gestos, en la cuasi-inerte tranquilidad de sus cuerpos a la impasibilidad de la felicidad de residir en ellos mismos. Eran la ausencia de dolor; la vida misma, como vida tal.

Me había olvidado de la historia, Béllamía, hasta esta mañana. He necesitado olvidarla, creo yo, para sentir este dolor tan necesario que me recuerda que estas muy lejos. Aquel día de Mumbai, mis manos y mis pies y mi panza y mi cuello habían nacido de la ausencia de dolor viniendo a la vida después de haber estado mucho tiempo muertos. Ahora, estirándome en la cama y mirando a la almohada a llenar de mi derecha, creo que eso ha venido a recordarme el sueño en el que han aparecido mis piernas, manos y boca luego de que desapareciera mi solparaelcualsolotengoojos, símbolo del tiempo que en el dolor he perdido. Béllamía, quizás algún día te aparezcas más que como un distante sol inmutable en el horizonte de un valle lejano y dejando deshacer estos ojos pasmados por tu ausencia yo deje de sentir dolor y encuentre un reloj de arena que guardare como trofeo del triunfo sobre la oscuridad del encandilante tiempo. Hasta entonces seguiré olvidando el templo de Mumbai y este extraño sueño de ojos y soles que se deshacen y me seguiré levantando de la cama, ahora vaciá, para tomarme la pastillaverdesegundapuertabotiquinbañochico que tomo para calmar el eco que que me traspasa en forma de espada y me hace dar este raro, fuerte dolor en el pecho.